Sus lindos ojos miraban directamente a los míos. Estaba tan enfocada, que hasta parecía un poco bizca, pero precisamente ese gesto, le daba algo de encanto, y me dejaba atontado. Se humedeció los labios con la lengua, como si estuviese imaginándose un delicioso manjar, y después los apretó, justo como hacen todas ellas después de aplicarse labial. Mi emoción ascendía a una taza increíble, y mi corazón escalaba por mi esófago hasta hacerse sentir en mi garganta. Entonces comenzó a suceder lo que ya ambos sabíamos que pasaría. Nos fuimos acercando lentamente, los dos, bizcos con respecto al otro. Ella colocó su mano en el lado izquierdo de mi cuello, y yo la mía en el suyo. Cerramos los ojos, y nos seguíamos aproximando. Nuestras bocas entreabiertas y nuestros labios finalmente se tocaron. Pero justo cuando el beso iba a intensificarse, algo no previsto por mí sucedió: Perdí la sensibilidad. Dejé de sentir su mano en mi cuello, dejé de sentir su cuello en mi mano; ya no sentía su cálido aliento, ni la suavidad de sus labios. Ni siquiera llegué a sentir el cariño de su lengua. Abro los ojos, y siento que la pierdo, los sonidos se apagan, y las luces se callan. Todo se opaca. La voy perdiendo de vista, y de repente todo se hace negro.
Desperté agitado y de un impulso quedé sentado sobre mi cama. Golpeé el colchón con la mano abierto mientras maldecía “¡Malditas hormonas! Me están matando. Ni en los sueños me dejan en paz.” Respiré profundo. Subí una rodilla sobre la cual apoyé mi brazo, que al mismo tiempo sirvió de soporte para mi cabeza.
«Hugo, de seguro eres la única persona que con dieciocho años, todavía no sabe lo que es un beso» Me dije con lástima hacia mí mismo.
Después de uno segundos, bajé los pies de la cama. «Pero no te impacientes, de seguro que cuando llegue tu hora, será algo especial, y sabrás que la espera ha valido la pena» terminé pensando. Entonces me levanté, y me dirigí al baño. Entonces lo quería hacer, era tomar una buena ducha de agua fría.