viernes, 8 de junio de 2007

Frustración

Sus lindos ojos miraban directamente a los míos. Estaba tan enfocada, que hasta parecía un poco bizca, pero precisamente ese gesto, le daba algo de encanto, y me dejaba atontado. Se humedeció los labios con la lengua, como si estuviese imaginándose un delicioso manjar, y después los apretó, justo como hacen todas ellas después de aplicarse labial. Mi emoción ascendía a una taza increíble, y mi corazón escalaba por mi esófago hasta hacerse sentir en mi garganta. Entonces comenzó a suceder lo que ya ambos sabíamos que pasaría. Nos fuimos acercando lentamente, los dos, bizcos con respecto al otro. Ella colocó su mano en el lado izquierdo de mi cuello, y yo la mía en el suyo. Cerramos los ojos, y nos seguíamos aproximando. Nuestras bocas entreabiertas y nuestros labios finalmente se tocaron. Pero justo cuando el beso iba a intensificarse, algo no previsto por mí sucedió: Perdí la sensibilidad. Dejé de sentir su mano en mi cuello, dejé de sentir su cuello en mi mano; ya no sentía su cálido aliento, ni la suavidad de sus labios. Ni siquiera llegué a sentir el cariño de su lengua. Abro los ojos, y siento que la pierdo, los sonidos se apagan, y las luces se callan. Todo se opaca. La voy perdiendo de vista, y de repente todo se hace negro.

Desperté agitado y de un impulso quedé sentado sobre mi cama. Golpeé el colchón con la mano abierto mientras maldecía “¡Malditas hormonas! Me están matando. Ni en los sueños me dejan en paz.” Respiré profundo. Subí una rodilla sobre la cual apoyé mi brazo, que al mismo tiempo sirvió de soporte para mi cabeza.

«Hugo, de seguro eres la única persona que con dieciocho años, todavía no sabe lo que es un beso» Me dije con lástima hacia mí mismo.

Después de uno segundos, bajé los pies de la cama. «Pero no te impacientes, de seguro que cuando llegue tu hora, será algo especial, y sabrás que la espera ha valido la pena» terminé pensando. Entonces me levanté, y me dirigí al baño. Entonces lo quería hacer, era tomar una buena ducha de agua fría.

domingo, 3 de junio de 2007

El Dolor de Olvidarte

No sé exactamente qué fue lo que sucedió

Si fue que no te amé lo suficiente, o si fue que te amé demasiado

Lo cierto es que entre nosotros, algo muy lindo existió

Y por desgracia ese algo, va quedando en el pasado


No sé tampoco si fue todo repentina, o gradualmente

Un día no nos hablamos, al día siguiente no nos extrañamos

Supongo que lo sabía, desde adentro, nuestro inconsciente

Que desde un tiempo para acá, ya no nos amamos


Y sin embargo, querría saber yo, mujer

El motivo verdadero de nuestra separación

Si fue que se interpuso entre nosotros un tercer

O simplemente no fue fuerte, nuestra relación


Si fui yo el culpable, házmelo saber

Enséñame mi error, para saber corregirlo

Pues en un futuro, otro corazón me ha de querer

Y sinceramente, no es mi intención herirlo


O si fue tuya, la causa, te pido lo confieses

Para dejar de culparme por ignorar mi pecado

Si es que decirme “Te Amo” mil veces

No tuvieron más valor que un cualquier recado


Pero en todo caso, aquí me hallo, intentado olvidarte

Con lágrimas en los ojos, y un vacío en el corazón

Intentando convencerme de que no debo amarte

Y resignándome al adiós, del cual desconozco razón

Momento Cargado de Emoción

Sentía ganas de romper algo, pero por algún motivo, mi yo impulsivo no salía. Pero realmente quería explotar, sentía que me ahogaría si no lo hacía. Pasé cerca de una pared, y no resistí golpearla con un puño. Inmediatamente el dolor cubrió los nervios de mis manos y sentí un calor intenso en los nudillos. Me acomodé para quedar de frente a la pared. Golpeé con la mano izquierda. El dolor hizo que mi brazo cayera, y me hizo dudar antes de proseguir golpeando. Sin embargo, lancé un tercer puñetazo al muro. A partir de entonces, fueron golpes tras golpes, continuamente contra la pared. Grité y las lágrimas comenzaron a salir sin poder yo evitarlo. Sabía que la gente me miraba, pero en absoluto me importaba. Seguía arrojando golpe tras golpe, y notando, con la visión aguada, manchas de sangre creciendo en número y tamaño sobre donde mis manos terminaban. Se sentía bien, muy bien. Ya ni siquiera sentía las manos, pero sabía que si me detenía, el dolor sería insoportable, y entonces me arrepentiría.

– ¡Javi! ¡Javi! –escuché detrás de mí.

Unos brazos me abrazaron desde atrás, pero no intentaron detenerme físicamente. Es como si supieran que de así hacerlo, yo opondría resistencia. Este abrazo causó que mis puños redujeran gradualmente su velocidad, hasta que finalmente cayeron inanimados a mis costados. En ese momento mi llanto se hizo más evidente.

–Calma, Javi; por favor calma.

Los brazos que me rodeaban me soltaron, y las manos correspondientes a los mismos me tomaron delicadamente por los hombros, y me fueron girando hasta quedar de espaldas a la pared. Brazos sabios: sabían que entre más fuerza ejercieran, menos conseguirían moverme. Entonces pude verla. Alejandra me abrazó de frente, y ahí fue cuando rompí en llanto sobre su hombro.

–Ya, ya. Tranquilízate ya –me decía al tiempo que acariciaba mi cabello.

Poco a poco, mi llanto fue aminorando hasta convertirse en no más que un sollozo. Su abrazo me llenaba de paz.

Se separó un poco de mí, y me miró directo a los ojos: “Sabes que puedes contar conmigo” me pellizcó un cachete con un gesto amistoso.

Di unos pasos hacia atrás, apoyé la cabeza y espalda sobre la pared y me dejé caer, deslizándome por ésta hasta quedar sentado en el piso, brazos sobre las rodillas. Ella se me acercó, se agachó y sentó a mi lado.

–Ale… ¿Dios existe? –le pregunté.

– Para ti, ¿Cuál es la respuesta a esa pregunta? –Respondió con una buena pregunta.

– Pero si existe, ¿Entonces por qué permite que suceda esto?

–Javi, ya ha pasado un mes desde el accidente, y sé que extrañas mucho a tus padres, y sé que duele también, pero… Escucha, no puedes encerrarte en tu dolor, no te hace bien –me dijo. –Ya pasará –agregó.

–La ausencia de ellos nunca pasará –repliqué con apatía.

–De hecho, la ausencia de ellos nunca ha sucedido, porque ellos –colocó su mano en mi corazón –están, siempre han estado, y siempre estarán aquí, contigo.

Hubo un momento sin palabras en el que mi llanto se hizo fuerte.

–Ale, ¿Puedo abrazarte? –pedí con los ojos hinchados.

–Claro. Sabes que puedes contar conmigo siempre. Y no sólo conmigo, sino con todos tus amigos, que estaremos siempre dispuestos a ayudarte.

–Sentí un infernal dolor en los nudillos. Con la boca apoyada sobre su hombro pronunció la apenas entendible oración: “Me duelen las manos”.

Alejandra lanzó un ligero “Je” y dijo: “La próxima vez, te recomiendo mejor desahogarte con una almohada”

Reí lloroso.