viernes, 27 de julio de 2007

¿Y Por Qué No Reírnos Un Poco?

Raúl se dirigió hacia el auto blanco de vidrios oscuros que esperaba al final de la escalera. Abrió la puerta y entró dejando salir un gran suspiro y apoyando con ojos cerrados, la cabeza sobre la cabecera del asiento.

– ¡No me dijiste que tal diligencia podría complicarse tanto!– habló con una burlona sonrisa y sin abrir sus ojos.

Tras unos dos o tres segundos recibió una respuesta: “¿De qué diligencia misteriosa me hablas, guapo?”

En un gesto violento, la sonrisa de Raúl desapareció y sus ojos se abrieron bastante, su cabeza de despegó del asiento y su boca: abierta, cual si se acabara de despertar de un mal sueño y estuviese ahogándose. Inmediatamente giró la mirada con brusquedad hacia el origen de la voz femenina. Una bellísima rubia se encontraba al volante.

–T-tú… n-no eres… ¡A-A-Alfredo! –balbuceó.

La rubia pronunció una expresiva sonrisa.

– ¡Vaya! Y aparte de ser adivino, ¿Qué otro truco te sabes? –le dijo con ironía, y a punto de explotar en risas.

–Q-qué, qué pena, –balbuceó una disculpa –n-no fue m-mí inten…

Sin pensarlo dos veces, y sin mencionar más abrió la puerta del carro y salió presuroso. Cuando se levantó casi choca con una chica de menor apariencia, tanto de edad como de porte. Al darse cuenta que lo que hacía era obstruirle el paso, se disculpó una vez más: “Perd-dóname, no quise molestar a t-tu, tu, tu, a-amiga.”

–A mi novia –lo corrigió la joven con una mirada asesina que lo hizo entrar en pánico.

–A-ah, s-sí, claro, desde luego, t-u, tu, tu novia –tragó saliva –no es que… sino que… es decir… ¡chao!

Mientras el muchacho se retiraba casi corriendo, la chica entraba al carro del que éste había salido, con una sonrisa que disimulaba mordiéndose los labios.

– ¡Pobrecito! –Exclamó resistiendo para no reír –¿Qué le hiciste para que saliera tan asustado?

– ¿Yo? –Reclamó la rubia –más bien, ¿Qué le dijiste tú, para que saliera corriendo?

La chica dejó de resistir y soltó una carcajada, y al momento de hablar, la risa le interrumpía algunas veces: “Resulta que… se disculpó conmigo por… molestar a mi amiga…y yo le corregí con mirada seria y le dije que eras… mi novia… y el pobrecito se sintió incómodo… hasta rojo quedó…”

–Ay niña, qué pecadito –y tras haber dicho esto, rió un poco antes de agregar –y usted, señorita, se ha vuelto mentirosita, ¿Ah? Va a tocar tener cuidado con usted de aquí en adelante.

Las dos rieron.

***

Raúl se dirigió hacia el auto blanco de vidrios oscuros que esperaba al lado de la acera. Abrió la puerta y entró dejando salir un gran suspiro y apoyando con ojos cerrados, la cabeza sobre la cabecera del asiento. Tras unos segundos comenzó a reír. Abrió sus ojos, y miró hacia el asiento del conductor. Alfredo lo observaba con mirada extraña.

– ¿Qué te ha sucedido? Estás rojo como un tomate.

– ¡Ayy, quién lo hubiera dicho! Al popular y espontáneo Raúl, se le ha enredado la lengua en frente de un par de bellezas.

– Su amigo no entendió de lo que hablaba, así que se limitó a poner el carro en marcha mientras negaba con la cabeza.

sábado, 14 de julio de 2007

Observador Silencioso

Podría describirla toda y nunca me cansaría

Podría inclusive dibujarla con mis ojos cerrados

Y es que la conozco tanto, con total garantía

Desde sus días alegres hasta sus más pesados


La admiro completamente, de eso no hay duda

Por la cual la veo, la observo día tras día

En mis días malos, sólo pensarla me ayuda

Ella es la pura ánima, de la vida mía


Me vuelve loco hasta decir no más

Lo único que me preocupa es su felicidad

Si por mi fuere, no sufriría jamás

Ya que para mí, ella es toda una deidad


Sus ojos dulces que apaciguan mi alma

Su respiración ligera que me trae calma

Su manía de acomodar, con dos dedos su cabello

Un gesto glamoroso, digno de un ser tan bello


El timbre de su voz al decir gracias y por favor

Y su tierna mirada: Un conjunto matador

La curva pronunciada por sus brazos al caminar

Una parábola perfecta que por ley he de mirar


Podría seguir detallándola; aún dura mi obsesión

Pero de allí a que ella me quiera, no es mi decisión

No soy capaz de hablarle, lo que por escrito sentencio

Sólo me queda admirarla, y observarla en silencio