miércoles, 14 de octubre de 2009

No es Justo

No es justo que no podamos tener lo que a ellos les dieron
No es justo que debamos pagar por lo que ellos hicieron
Por lo que ellos no hicieron
No es justo que sus libros hablen de azules que no existen, ni en los mares ni en el cielo
Que no tengamos los animales que todos ellos conocieron
Que tengamos que usar máscaras que ellos nunca vistieron
No es justo que haya guerras por el agua, porque de ésta carecemos
Que centenas de ciudades, como Atlantis, perecieron
Que verano e invierno, sean ambos un infierno
No es justo que suframos, por lo que ellos no predijeron
Y que no hayamos recibido, el mundo que nos prometieron

lunes, 11 de mayo de 2009

Las dos Madres

Las dos madres se dirigen a mi hija en llantos. Mi hija. Así la siento a veces, a pesar de ser ella mi hermana menor. Se arrodillan delante de ella y le preguntan por qué llora. Mi hija da un motivo digno de llanto para un niño de seis años. Las dos madres se levantan, de pronto, y al tiempo, cual si lo hubiesen cronometrado. “Pero eso se soluciona rápido.”, dijo una de ellas mientras caminaban hacia mí con un caminar taconeado. A continuación la otra llama a su hija y a la de la otra, y cuando pasan por mi lado, yo me dirijo hacia la mía, sonriendo a causa de lo cómica que me pareció la escena.
─Mi amor ─, le digo mientras me agacho ─eso no es motivo para llorar. Ve y habla con tus amiguitas para que se pongan de acuerdo, ¿bueno? Ve, que yo sé que tú eres una niña buena, ¿cierto?
Con sus ojos llorosos asiente, y como buen padre, la calmo un poco antes de que vuelva con sus visitas, para jugar juegos con los que las tres estén de acuerdo.

***

Una hora más tarde, me hallo en mi cuarto trabajando en un taller de Ingeniería Económica cuando mi mamá me llama para ir a comer. Me dirijo al comedor sin recordar que teníamos visita. En una mesita estaban las tres niñitas cenando, y a la izquierda, en la mesa grande, mis padres, las dos madres, y entre mi padre y una de las madres, un asiento vacío: el mío.
Aquí es donde empieza lo interesante: una conversación que me resulta difícil seguir, dados todos los cálculos que mi cabeza quería realizar mientras ésta se daba. La madre a mi izquierda hablando de su padre. No requiero de muchos segundos para darme cuenta de que su relación con él no es muy buena. Mencionó a sus trece hermanos; todos medio hermanos. La irresponsabilidad de su padre El ser criada por su abuelo hasta que tuvo doce años. Su abuelo materno, con quien vivía, por lo que asumo que su mamá lo hacía también; entonces imagino a su abuelo materno viviendo y cuidando a su hija y a su nieta, quien lo llamaba ‘papá’. Ahora entran a mi cabeza los seis hermanos de su madre, a quienes la madre que está hablando acaba de mencionar. Inconcientemente trato de calcular las edades de todos los presentes en el relato cuando ella nos dice que una vez su abuelo los reunió a todos para decirle que se iba de la casa (realmente no se iba, pero esto resulta más cómodo de explicar que todo el detalle de la historia) porque su señora (su otra señora; la que todos sus hijos y hasta su esposa conocían, y cuya relación con él les era familiar también) había quedado embarazada, y como sus hijos estaban todos grandes, tenía que cuidar a su próximo bebé. La ahora, mas no entonces madre, reclamó con las palabras “¿Y qué hay de mí? Yo todavía estoy pequeña”, palabras que escucho ahora en el comedor de mi casa, después de tantos años de haber sido pronunciadas por primera vez, en una casa que no conozco. La madre narra las traumáticas palabras que recibió de su hasta entonces padre: “Pero tú no eres mi hija, eres mi nieta”.
La segunda madre aporta el que su padre tampoco se ocupó de ellos. Resulta que su abuelo era libanés, y acá en Colombia, conoció a su abuela: “alta, ojos azules, cabello oscuro”, y se enamoró, pero sus hermanas lo obligaron a casarse con una libanesa, la cual a su vez estaba enamorada de un europeo. Así que su abuelo se quedó con las dos, y tuvo varios hijos con ambas, pero no se encargó directamente de ellos (les enviaba mercados todos los meses); el padre de esta madre, el mayor de su abuela (y curiosamente al igual que el mayor de la otra señora) sacaron a sus hermanos adelante (lo que por cierto me hace preguntarme por qué no lo hicieron así con sus hijos). Así que mi mente intenta armar árboles genealógicos y entender motivos de actuación, posibles causas, probables acontecimientos, y demás, cuando un nuevo dato entra para empeorarlo todo: El abuelo de esta madre, de 84 años está muriendo. 84. El abuelo de esta madre tiene la edad de mi abuelo, y ya ella es una madre, ¡pero yo no soy padre! Aunque con mis 21 años de edad, podría perfectamente ser el padre de mi hija, y la hija de esta madre tiene la edad de mi hija, pero puedo afirmar que esta madre es mayor que yo (tiene fácilmente la edad de mi madre). Me pregunto ahora la edad de su padre. Y mi mente se está llenando de números, fechas, historias y sentimientos cuando de repente, y por primera vez en el transcurso de la cena (la cual ya ha terminado), siento la necesidad de hablar para excusarme, y luego me levanto. Hay algo que mi mente me pide a gritos que escriba para ver si de esta forma se hace más comprensible.