lunes, 22 de febrero de 2010

Juntos

Mónica y Renato caminaban juntos del lado de la acera más cercano al inmenso prado verde, cerca de la casa de Mónica, que tanto les encantaba. Solían ir allí y caminar y hablar por horas, y siempre lo disfrutaban mucho. Renato llevaba sus manos en los bolsillos, como siempre acostumbraba. Sin prisa alguna, su andar era parsimonioso y tranquilo.
– ¿Te puedo decir un secreto? –Preguntó él.
–Dime –respondió Mónica con calma.
Renato se acercó a su oído y susurró: “Te confieso que me resulta un poco extraño ir con el nuevo guardaespaldas adonde quiera que vayamos.” A pocos metros de ellos, caminaba uno de los guardaespaldas de la familia. Ella le sonrió, le hizo señas para hablarle al oído y le susurró de vuelta: “Lo sé, pero sabes que hoy en día hay mucha gente que no gusta de los políticos honestos.”
Esta vez, sin susurrar, él aceptó: “Es cierto, y además, has de reconocer que es un tema muy delicado con el que trabaja tu padre”.
La chica asintió.
No pasó un minuto cuando escucharon una moto cuyo sonido destacaba dentro del tránsito común. Renato volteó a ver de qué se trataba: vio dos tipos con chaquetas de cuero y cascos negros que se aproximaban en la moto a gran velocidad, zigzagueando por entre el tráfico.
Cuando estaban cerca de ellos, el hombre que iba atrás, sacó una Uzi y mientras todo se comenzaba a mover en cámara lenta, el guardaespaldas se disponía a sacar su arma, Renato, por instinto, gritaba “¡Mónica!” y girando hacia ella, la abrazaba dándole la espalda a la calle para hacer de escudo humano.
Todo volvió a su velocidad normal cuando los disparos iniciaron, y en menos de dos segundos, la moto ya se había alejado, y se perdía de vista.
Mónica y Renato seguían abrazados, con sus ojos apretados, y sus respiraciones aceleradas. Él es el primero en abrir los ojos, mira a su izquierda y ve al guardaespaldas tendido sobre el suelo, inanimado y rodeado por un charco de sangre.
– ¡Dios mío! –Exclamó con pesar.
Mónica despega la cara de su hombro, y gira para ver una escena que inmediatamente se arrepiente de conocer, y vuelve a enterrar su rostro en Renato, soltando un pequeño sollozo…
Al ella abrazarlo nuevamente, él sintió un intenso dolor en su estómago que lo paralizó. Con los brazos, separó a Mónica suavemente para ver de qué se trataba, y se llevó su mano al sitio del dolor. Bajó la mirada y horrorizado notó cómo su estómago se había llenado de sangre.
«La bala me atravesó» pensó, llenándose de frustración al no sólo darse cuenta de que había sido herido, sino que sus instintivos intentos por proteger a Mónica no habían dado resultado. ¡Ella también estaba herida!
Sin poder hacer mucho para evitarlo, cayó en sus rodillas con una respiración dificultosa a causa del sufrimiento. Un segundo después, ella cayó también, de manera más violenta, en frente suyo, con la cabeza gacha y la mano en su estómago también.
Ahogándose, y con sus ojos llenándose de lágrimas, Renato apenas pudo pronunciar: “Due… le…”
Mónica se limitó a asentir rápidamente mientras que apretaba sus ojos y disparaba unas cuantas lágrimas contra el pavimento.
Poco a poco, se fueron dejando caer a un costado, hasta que quedaron con sus hombros apoyados en el suelo, uno en frente del otro.
– ¿Te… pue… do… con… fesar un secreto? –Preguntó Renato, minutos después, haciendo un esfuerzo por vencer el dolor mientras se esmeraba en pronunciar sus palabras.
Mónica no tuvo la fuerza de contestar, pero su mirada denotó una atención inmutable en espera del proseguir de su mejor amigo.
– Desde hace mu… cho…. E-estoy enamorado de ti.
Los ojos de Mónica se aguaron, y con un movimiento ligeramente perceptible, asintió informándole con la mirada que era correspondido.
Con un último esfuerzo, flexionaron los codos y levantaron arrastrando sus brazos sobre los cuales descansaba el cada vez menor peso de sus cuerpos, hasta que las puntas de sus dedos se tocaron, pues no dieron sus fuerzas para aferrar sus manos las unas con las otras.
Juntos se despidieron de la oscuridad del bello día que los rodeaba.
A lo lejos, las sirenas de las ambulancias comenzaron a escucharse. A lo cerca, los gritos aterradores de los testigos no cesaban, aunque para Renato y Mónica nunca empezaron.
Cuentan los habitantes de edificios aledaños, que desde arriba, sus cuerpos formaban un corazón, desde la unión de sus rodillas hasta la de sus manos; un corazón que parecía haber sido coloreado por un niño que vertió su pintura roja sobre su dibujo, y olvidó esparcirla con su pincel.

miércoles, 6 de enero de 2010

No Quiero Ser Menos Tonto

No quiero ser menos tonto que cuando quedo preso en los brazos de tu abrazo

No quiero ser menos tonto que cuando me hago idiota en tu mirada

No quiero ser menos tonto que cuando escucho tu mágica voz

No quiero ser menos tonto que cuando caigo víctima del aliento de tus besos

No quiero ser menos tonto que cuando siento el aroma de tu piel

No quiero ser menos tonto que cuando me consuela la suavidad de tus manos

No quiero ser menos tonto que cuando lo soy por ver tu sonrisa

No quiero ser menos tonto si al ser menos tonto pierdo todo eso

Quiero ser tonto por siempre, porque tonto soy feliz, tonto estoy contigo