martes, 25 de diciembre de 2007

Mi Hojita Amarilla

Hoy encontré una hojita amarilla que voló cerca mío
Por algún motivo me pareció elegante y bonita
La pobre había sido atrapada por una corriente de aire,
se me alejaba y se acercaba, con fluidez en el vacío

Al principio sólo la admiré, la quedé viendo unos instantes
mientras giraba, flotaba, rotaba y brincaba en el viento
Parecía como si se estuviera divirtiendo mientras me miraba
Yo quieto permanecí deslumbrado por sus destellos flamantes

Pero entonces siento la necesidad de tenerla, sentirla, explorarla
y levanto mi mano con delicadeza sin quererla ahuyentar
La hojita, gira alrededor de mi brazo, como si tuviera ojos,
Permanece cerca, pero no me permite siquiera poder tocarla…

Y entonces noté, que la corriente de aire se hizo más fuerte
La hojita bamboleó, se estremeció y zigzagueó en el viento
como si quisiera resistirse, pero ya no se movía a voluntad
Un remolino se formó, la sacó, la alejó, y la perdí para siempre

viernes, 27 de julio de 2007

¿Y Por Qué No Reírnos Un Poco?

Raúl se dirigió hacia el auto blanco de vidrios oscuros que esperaba al final de la escalera. Abrió la puerta y entró dejando salir un gran suspiro y apoyando con ojos cerrados, la cabeza sobre la cabecera del asiento.

– ¡No me dijiste que tal diligencia podría complicarse tanto!– habló con una burlona sonrisa y sin abrir sus ojos.

Tras unos dos o tres segundos recibió una respuesta: “¿De qué diligencia misteriosa me hablas, guapo?”

En un gesto violento, la sonrisa de Raúl desapareció y sus ojos se abrieron bastante, su cabeza de despegó del asiento y su boca: abierta, cual si se acabara de despertar de un mal sueño y estuviese ahogándose. Inmediatamente giró la mirada con brusquedad hacia el origen de la voz femenina. Una bellísima rubia se encontraba al volante.

–T-tú… n-no eres… ¡A-A-Alfredo! –balbuceó.

La rubia pronunció una expresiva sonrisa.

– ¡Vaya! Y aparte de ser adivino, ¿Qué otro truco te sabes? –le dijo con ironía, y a punto de explotar en risas.

–Q-qué, qué pena, –balbuceó una disculpa –n-no fue m-mí inten…

Sin pensarlo dos veces, y sin mencionar más abrió la puerta del carro y salió presuroso. Cuando se levantó casi choca con una chica de menor apariencia, tanto de edad como de porte. Al darse cuenta que lo que hacía era obstruirle el paso, se disculpó una vez más: “Perd-dóname, no quise molestar a t-tu, tu, tu, a-amiga.”

–A mi novia –lo corrigió la joven con una mirada asesina que lo hizo entrar en pánico.

–A-ah, s-sí, claro, desde luego, t-u, tu, tu novia –tragó saliva –no es que… sino que… es decir… ¡chao!

Mientras el muchacho se retiraba casi corriendo, la chica entraba al carro del que éste había salido, con una sonrisa que disimulaba mordiéndose los labios.

– ¡Pobrecito! –Exclamó resistiendo para no reír –¿Qué le hiciste para que saliera tan asustado?

– ¿Yo? –Reclamó la rubia –más bien, ¿Qué le dijiste tú, para que saliera corriendo?

La chica dejó de resistir y soltó una carcajada, y al momento de hablar, la risa le interrumpía algunas veces: “Resulta que… se disculpó conmigo por… molestar a mi amiga…y yo le corregí con mirada seria y le dije que eras… mi novia… y el pobrecito se sintió incómodo… hasta rojo quedó…”

–Ay niña, qué pecadito –y tras haber dicho esto, rió un poco antes de agregar –y usted, señorita, se ha vuelto mentirosita, ¿Ah? Va a tocar tener cuidado con usted de aquí en adelante.

Las dos rieron.

***

Raúl se dirigió hacia el auto blanco de vidrios oscuros que esperaba al lado de la acera. Abrió la puerta y entró dejando salir un gran suspiro y apoyando con ojos cerrados, la cabeza sobre la cabecera del asiento. Tras unos segundos comenzó a reír. Abrió sus ojos, y miró hacia el asiento del conductor. Alfredo lo observaba con mirada extraña.

– ¿Qué te ha sucedido? Estás rojo como un tomate.

– ¡Ayy, quién lo hubiera dicho! Al popular y espontáneo Raúl, se le ha enredado la lengua en frente de un par de bellezas.

– Su amigo no entendió de lo que hablaba, así que se limitó a poner el carro en marcha mientras negaba con la cabeza.

sábado, 14 de julio de 2007

Observador Silencioso

Podría describirla toda y nunca me cansaría

Podría inclusive dibujarla con mis ojos cerrados

Y es que la conozco tanto, con total garantía

Desde sus días alegres hasta sus más pesados


La admiro completamente, de eso no hay duda

Por la cual la veo, la observo día tras día

En mis días malos, sólo pensarla me ayuda

Ella es la pura ánima, de la vida mía


Me vuelve loco hasta decir no más

Lo único que me preocupa es su felicidad

Si por mi fuere, no sufriría jamás

Ya que para mí, ella es toda una deidad


Sus ojos dulces que apaciguan mi alma

Su respiración ligera que me trae calma

Su manía de acomodar, con dos dedos su cabello

Un gesto glamoroso, digno de un ser tan bello


El timbre de su voz al decir gracias y por favor

Y su tierna mirada: Un conjunto matador

La curva pronunciada por sus brazos al caminar

Una parábola perfecta que por ley he de mirar


Podría seguir detallándola; aún dura mi obsesión

Pero de allí a que ella me quiera, no es mi decisión

No soy capaz de hablarle, lo que por escrito sentencio

Sólo me queda admirarla, y observarla en silencio

viernes, 8 de junio de 2007

Frustración

Sus lindos ojos miraban directamente a los míos. Estaba tan enfocada, que hasta parecía un poco bizca, pero precisamente ese gesto, le daba algo de encanto, y me dejaba atontado. Se humedeció los labios con la lengua, como si estuviese imaginándose un delicioso manjar, y después los apretó, justo como hacen todas ellas después de aplicarse labial. Mi emoción ascendía a una taza increíble, y mi corazón escalaba por mi esófago hasta hacerse sentir en mi garganta. Entonces comenzó a suceder lo que ya ambos sabíamos que pasaría. Nos fuimos acercando lentamente, los dos, bizcos con respecto al otro. Ella colocó su mano en el lado izquierdo de mi cuello, y yo la mía en el suyo. Cerramos los ojos, y nos seguíamos aproximando. Nuestras bocas entreabiertas y nuestros labios finalmente se tocaron. Pero justo cuando el beso iba a intensificarse, algo no previsto por mí sucedió: Perdí la sensibilidad. Dejé de sentir su mano en mi cuello, dejé de sentir su cuello en mi mano; ya no sentía su cálido aliento, ni la suavidad de sus labios. Ni siquiera llegué a sentir el cariño de su lengua. Abro los ojos, y siento que la pierdo, los sonidos se apagan, y las luces se callan. Todo se opaca. La voy perdiendo de vista, y de repente todo se hace negro.

Desperté agitado y de un impulso quedé sentado sobre mi cama. Golpeé el colchón con la mano abierto mientras maldecía “¡Malditas hormonas! Me están matando. Ni en los sueños me dejan en paz.” Respiré profundo. Subí una rodilla sobre la cual apoyé mi brazo, que al mismo tiempo sirvió de soporte para mi cabeza.

«Hugo, de seguro eres la única persona que con dieciocho años, todavía no sabe lo que es un beso» Me dije con lástima hacia mí mismo.

Después de uno segundos, bajé los pies de la cama. «Pero no te impacientes, de seguro que cuando llegue tu hora, será algo especial, y sabrás que la espera ha valido la pena» terminé pensando. Entonces me levanté, y me dirigí al baño. Entonces lo quería hacer, era tomar una buena ducha de agua fría.

domingo, 3 de junio de 2007

El Dolor de Olvidarte

No sé exactamente qué fue lo que sucedió

Si fue que no te amé lo suficiente, o si fue que te amé demasiado

Lo cierto es que entre nosotros, algo muy lindo existió

Y por desgracia ese algo, va quedando en el pasado


No sé tampoco si fue todo repentina, o gradualmente

Un día no nos hablamos, al día siguiente no nos extrañamos

Supongo que lo sabía, desde adentro, nuestro inconsciente

Que desde un tiempo para acá, ya no nos amamos


Y sin embargo, querría saber yo, mujer

El motivo verdadero de nuestra separación

Si fue que se interpuso entre nosotros un tercer

O simplemente no fue fuerte, nuestra relación


Si fui yo el culpable, házmelo saber

Enséñame mi error, para saber corregirlo

Pues en un futuro, otro corazón me ha de querer

Y sinceramente, no es mi intención herirlo


O si fue tuya, la causa, te pido lo confieses

Para dejar de culparme por ignorar mi pecado

Si es que decirme “Te Amo” mil veces

No tuvieron más valor que un cualquier recado


Pero en todo caso, aquí me hallo, intentado olvidarte

Con lágrimas en los ojos, y un vacío en el corazón

Intentando convencerme de que no debo amarte

Y resignándome al adiós, del cual desconozco razón

Momento Cargado de Emoción

Sentía ganas de romper algo, pero por algún motivo, mi yo impulsivo no salía. Pero realmente quería explotar, sentía que me ahogaría si no lo hacía. Pasé cerca de una pared, y no resistí golpearla con un puño. Inmediatamente el dolor cubrió los nervios de mis manos y sentí un calor intenso en los nudillos. Me acomodé para quedar de frente a la pared. Golpeé con la mano izquierda. El dolor hizo que mi brazo cayera, y me hizo dudar antes de proseguir golpeando. Sin embargo, lancé un tercer puñetazo al muro. A partir de entonces, fueron golpes tras golpes, continuamente contra la pared. Grité y las lágrimas comenzaron a salir sin poder yo evitarlo. Sabía que la gente me miraba, pero en absoluto me importaba. Seguía arrojando golpe tras golpe, y notando, con la visión aguada, manchas de sangre creciendo en número y tamaño sobre donde mis manos terminaban. Se sentía bien, muy bien. Ya ni siquiera sentía las manos, pero sabía que si me detenía, el dolor sería insoportable, y entonces me arrepentiría.

– ¡Javi! ¡Javi! –escuché detrás de mí.

Unos brazos me abrazaron desde atrás, pero no intentaron detenerme físicamente. Es como si supieran que de así hacerlo, yo opondría resistencia. Este abrazo causó que mis puños redujeran gradualmente su velocidad, hasta que finalmente cayeron inanimados a mis costados. En ese momento mi llanto se hizo más evidente.

–Calma, Javi; por favor calma.

Los brazos que me rodeaban me soltaron, y las manos correspondientes a los mismos me tomaron delicadamente por los hombros, y me fueron girando hasta quedar de espaldas a la pared. Brazos sabios: sabían que entre más fuerza ejercieran, menos conseguirían moverme. Entonces pude verla. Alejandra me abrazó de frente, y ahí fue cuando rompí en llanto sobre su hombro.

–Ya, ya. Tranquilízate ya –me decía al tiempo que acariciaba mi cabello.

Poco a poco, mi llanto fue aminorando hasta convertirse en no más que un sollozo. Su abrazo me llenaba de paz.

Se separó un poco de mí, y me miró directo a los ojos: “Sabes que puedes contar conmigo” me pellizcó un cachete con un gesto amistoso.

Di unos pasos hacia atrás, apoyé la cabeza y espalda sobre la pared y me dejé caer, deslizándome por ésta hasta quedar sentado en el piso, brazos sobre las rodillas. Ella se me acercó, se agachó y sentó a mi lado.

–Ale… ¿Dios existe? –le pregunté.

– Para ti, ¿Cuál es la respuesta a esa pregunta? –Respondió con una buena pregunta.

– Pero si existe, ¿Entonces por qué permite que suceda esto?

–Javi, ya ha pasado un mes desde el accidente, y sé que extrañas mucho a tus padres, y sé que duele también, pero… Escucha, no puedes encerrarte en tu dolor, no te hace bien –me dijo. –Ya pasará –agregó.

–La ausencia de ellos nunca pasará –repliqué con apatía.

–De hecho, la ausencia de ellos nunca ha sucedido, porque ellos –colocó su mano en mi corazón –están, siempre han estado, y siempre estarán aquí, contigo.

Hubo un momento sin palabras en el que mi llanto se hizo fuerte.

–Ale, ¿Puedo abrazarte? –pedí con los ojos hinchados.

–Claro. Sabes que puedes contar conmigo siempre. Y no sólo conmigo, sino con todos tus amigos, que estaremos siempre dispuestos a ayudarte.

–Sentí un infernal dolor en los nudillos. Con la boca apoyada sobre su hombro pronunció la apenas entendible oración: “Me duelen las manos”.

Alejandra lanzó un ligero “Je” y dijo: “La próxima vez, te recomiendo mejor desahogarte con una almohada”

Reí lloroso.

sábado, 26 de mayo de 2007

El Valor de la Amistad

Sofía se encontraba acostada en su cama, su mirada perdida en el televisor, con sus párpados casi totalmente cerrados. Su celular sonó. Se le espantó el sueño, y se apresuró a contestarlo.

–Hola mi amor, ¿Cómo estás? –dijo la voz de un hombre.

–Hola, nene, ¿Qué más?

–Mi vida, ¿Sí supiste que el cover de Parteeh tiene una rebaja del 20% hoy? El valor normal es consumible, pero sólo pagas el 80%.

–Ay, Simón, yo no me encuentro muy bien hoy. Tengo dolor de cabeza, amor –dijo con voz apagada.

–Vamos, nena. Allá te distraes, y con seguridad te diviertes –insistió él.

–No, Simón. De verdad que me siento malita –rogó.

–Perfecto –su tono brusco – ¡No vayas entonces! –colgó.

Sofí colocó el celular en frente de sus ojos, y se lo quedó viendo un momento. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se dio la vuelta en su cama, quedando bocabajo, y hundió su cara en la almohada.

Unos minutos después, sonó el timbre. Pero no sería ella quien abriera. Escuchó la voz de su madre: “Ah, sigue, Paloma. Se encuentra allá en su cuarto.”

Cuando Paloma entró al cuarto, se asombró con la imagen que percibió. Sofía estaba sentada en su cama, abrazando sus piernas. Sobre sus rodillas, una almohada, y sobre la misma, su cara llorosa.

– ¡Amiga! –Exclamó con voz alterada – ¿Qué sucede?

Sofía sollozó y Paloma se apresuró a sentarse a su lado. Le sobó la espalda con dulzura, y le dijo: “Cuéntame qué ha sucedido.”

–Es que soy una mala novia –su voz quebrada –Simón me acabó de colgar el teléfono. Debe estar furioso conmigo.

–No, no digas eso. ¿Cómo sucedió?

–Me llamó para invitarme a Parteeh y le hice un desplante por un estúpido dolor de cabeza.

–Ay no seas tonta –replicó Paloma. No le hagas caso a eso. No todo es fiesta en esta vida, al contrario, él debió haber sido más comprensivo contigo, y no forzarte a ir. Yo venía a invitarte al mismo lugar, pero si tienes dolor de cabeza, creo que mejor me quedo a acompañarte. –Le comentó con un tono que crecía anímicamente.

–No. Paloma. –Sofía se secó las lágrimas. –Quiero ir. Siento que le debo una disculpa.

Paloma rió. –No le debes nada. Pero bueno, Sofi, vamos a buscarte algo para que te pongas.

Paloma ayudó a su amiga a arreglarse, y cuando estuvieron listas, se dirigieron al sitio estipulado.

Llegaron a la discoteca, y una vez dentro, se encontraron con el grupo de Paloma.

– ¡Eh, Palomita, trajiste a Sofi! –comentaron algunos.

– Si, pero la verdad es que Sofi tiene un asunto que arreglar. –Se dirigió hacia Enrique, que conocía a Simón y a sus amigos. – ¿Quique, has visto al grupo de Simón?

–Creo que los vi dirigirse al segundo piso –mencionó éste.

–Bueno, entonces creo que mejor voy yendo –anunció Sofía.

–Cuídate, amiga. Ya sabes, cualquier cosa, estaremos aquí, ¿de acuerdo? –Se despidió Paloma.

–De acuerdo. –Partió.

Sofía subió por las amplias escaleras de madera que conducían al segundo piso. Arriba, la multitud de gente no permitía que la visibilidad fuera precisa. Entonces lo vio, sentado y riendo con las personas a su alrededor. Caminó unos pasos hacia él, pero cuando una de las personas que bloqueaban la vista se movió, Sofía observó una imagen que la hizo detenerse en seco. Sobre las piernas de Simón, se encontraba una chica que estaba acariciándole el cabello. Éste a su vez, la abrazaba con un brazo, y entonces se besaron apasionadamente. Sofía sintió que le faltaba el aire. Su corazón le dolía como si se opusiera a latir. Sentía su alma resquebrajándose en pedazos. La escena no fue visible por mucho tiempo, pues las gruesas lágrimas que aparecieron en sus ojos, tornaron la imagen borrosa.

Salió corriendo en dirección opuesta, tropezando así, con muchas personas en la vía. Descendió las escaleras, y se dirigió llorando al baño de las damas. Desde la pista de baile, Paloma se dio cuenta de su descenso, y se excusó con Enrique: “Discúlpame, Quique, ahora seguimos bailando, ¿sí? Ya vuelvo.” Y fue hacia donde se encontraba su amiga. Entró al baño y la encontró hecha un mar de lágrimas. Sin preguntas ni comentarios, se dirigió hasta Sofía y le dio un abrazo.

–Estaba con otra –sollozó con amargura sobre el hombro de Paloma –lo vi con otra y se besaron.

–Es un imbécil, olvídate de él –le aconsejaba su amiga.

–No, amiga, me quiero morir, me quiero morir –chillaba.

–No, Sofi. No digas eso ni en broma.

Sofía miró a Paloma. El blanco de sus ojos se había tornado de un perla brillante por causa de las lágrimas, y se veían más redondos que nunca – ¿Qué hago, Paloma?

Entonces Paloma pronunció una ligera sonrisa. “Por lo pronto, sacarte a ese estúpido de la cabeza y venir con nosotros a disfrutar de la música y el baile” le dijo.

Sofía bajó un poco la mirada algo desmotivada.

–Vamos amiga, no te pongas así –le pidió Paloma –por favor, sabes que los hombres son unos idiotas.

Silencio.

–De acuerdo, te propongo algo –sugirió Paloma –Acompáñame y disfrutemos de la rumba. No te preocupes por hombres por ahora, pues, te propongo que: Si de aquí a un año, no encontramos un hombre que valga la pena, nos volvemos lesbianas, ¿vale?

Sofía no pudo evitar escapar una risita tras escuchar aquella frase. Río por lo bajo y levantó la mirada hasta Paloma.

–Es más, –continuó ésta, y ahora con una gran sonrisa en su cara, como si fuera a contar un buen chiste –desde ese mismo momento seremos pareja.

La risita de Sofía se volvió carcajada, y después su nariz sonó congestionada. Se secó las lágrimas y se lanzó a abrazar a Paloma. “Gracias amiga. Te quiero mucho.”

viernes, 20 de abril de 2007

Largas Milésimas de Segundo

–Verónica, mi amor –me urgió.

–Papá, ve bajando. Yo te alcanzo.

–De acuerdo –se retiró.

«Qué estrés» pensé mientras corría a cepillarme los dientes. Cuando terminé me dirigí a zancadas al ascensor. Éste demora horas para llegar cuando tienes afán, ¿No lo han notado?

Llegué al sótano, donde mi padre me esperaba dentro del carro. Tenía dolor de cabeza, y quería recostarme un poco, así que me subí en la parte de atrás. Incliné la cabeza hacia atrás y la apoyé en el asiento. Cerré los ojos. Sentí cómo el auto ascendía por la rampa y cómo el sol atravesaba mis párpados, mientras salíamos del parqueadero.

Un frenazo me hizo abrir los ojos. Un joven que caminaba por la acera se había atravesado en el camino. Caminaba sin afán, con las manos en los bolsillos.

–Daniel –susurré.

Seguía su rumbo inalterado, y por una milésima de segundo, su mirada se dirigió desligadamente hacia el carro, y volvió a enfocarse en su recorrido. De repente, se detuvo en medio de su caminar, cayendo en cuenta de su visión, y volvió su vista hacia mí, a través del vidrio.

«Me reconoció» me dije a mí misma con algo de alegría. La verdad es que sólo tenemos una materia en común este semestre, y nunca hemos entablado una conversación prolongada, pero por algún extraño motivo, siempre me ha agradado su presencia.

Sacó una mano del bolsillo y la levantó en señal de saludo, al tiempo que sonreía.

Le levanté una mano y le sonreí de vuelta. El tiempo pareció detenerse. Probablemente no pasaron más de unos pocos segundos, pero él pareció congelarse en su amistosa posición.

Mi papá pitó. Daniel parpadeó y dirigió su mirada hacia él. Inexpresivo. Sin alterarse, devolvió su mano al bolsillo, y salió del camino. Giró para ver al auto mientras arrancaba y se alejaba por la calle. Miré hacia atrás viéndolo quedar lejos, y volví a acomodarme sonriendo. El dolor de cabeza había desaparecido.

domingo, 15 de abril de 2007

Amor de Hermanos

Andrea se acercó a la silla donde se encontraba Felipe, en frente de la pantalla. Desde atrás, agarró sus hombros con cariño, acercó su boca a la oreja del muchacho y susurró: “¿Pipe, me prestas el computador?”

–No, Andre, estoy hablando con Jessica.

–Ay ve. Por favor, déjame ver si Juanse está conectado –rogó ella.

–No, –insistió Felipe, adquiriendo un tono más cortante –nena, ahora no.

–De acuerdo –se resignó –Cuando me pidas algún favor, ¡Te lo aceptaré con gusto! – dijo irónicamente.

Felipe hizo una mueca. Andrea se retiró enfadada.

***

Andrea se encontraba viendo televisión en la sala. Acostada sobre el sofá y con el control remoto en la mano. Felipe llegó y apoyó su hombro contra la pared. Cruzó el pie derecho sobre el pie de apoyo, y se quedó observándola un momento.

– ¿Qué? –dijo Andrea con brusquedad.

–Puedes usar el computador, si lo deseas –con el pulgar, señaló hacia atrás.

– ¡Ay, tan lindo tú! Siempre pensando en cómo complacerme. –Felipe no identificó la ironía, y le sonrió de vuelta – ¡Pues no! –Gritó.

– ¿Qué sucede? –Se extrañó Felipe –creí que querías usarlo.

–Claro, ¡hace dos horas! Dudo que Juanse siga conectado. Pero no, ahora tú quieres ver tu programa, pero te va a tocar volver al computador que no me prestaste, porque ahora yo me quiero ver mi novela. –Andrea exhaló la última oración muy rápidamente.

Y así siguieron. Por el resto del día, cada vez que se cruzaban, se lanzaban miradas asesinas, y se hablaban en tonos bruscos. No eran raras las disputas en la casa de los Villanueva. Muchas veces, sus conflictos iniciaban por pequeñeces, pero eran prolongados exagerando los motivos de la discordia. Inclusive a veces, seguían discutiendo aún después de haberse olvidado el motivo por el cuál habían iniciado.

Las discordias los colocaban siempre de mal humor, y eso se veía reflejado en su comportamiento con sus compañeros de colegio, con quienes terminaban irritándose con facilidad.

Una vez, Roger, el mejor amigo de Felipe, le habló sobre el tema:

– ¿Hoy también discutieron?

–Es que me da rabia lo irritante que puede llegar a ser sólo por mortificarme –replicó Felipe.

Roger sacó un encendedor. Estaba prohibido llevarlos al colegio. Pero pirómano que se respete, ha de irrespetar esa regla.

–Es curioso que si –lo encendió y mantuvo así mientras hablaba –le arrojas cosas al fuego, queriendo apagarlo, es posible que no logres tu objetivo, y que antes, por el contrario, lo avives más –prendió unas ramitas, y les arrojó pequeñas cantidades de arena, piedras, y hojas de árbol. –Por otra parte, si le quitas su fuente de vida, el oxígeno, con certeza lo extinguirás –guardó el encendedor en su bolsillo y juntó sus manos de manera que no quedara ninguna abertura en forma de plato hondo al revés. Las llevó hacia el pequeño incendio y lo apagó.

Felipe observaba con atención.

–Lo mismo sucede con los conflictos –continuó –si les lanzas odio, gritos, insultos, y demás, no garantizarás su fin. Por otra parte, si se los quitas, con certeza, lograrás terminarlos.

***

Esa tarde, un nuevo conflicto había empezado. Felipe se dejó llevar por la rabia y recurrió a los gritos e insultos. De repente, se acordó de las palabras de Roger, e interrumpió los gritos de Andrea.


– ¿Por qué discutimos siempre?

–Porque a veces eres un idiota y…

–Andrea, –Felipe la interrumpió de nuevo –yo sé lo que sucede aquí. Lo que pasa, es que tú me tienes celos, ¡Porque yo tengo una hermana divina y tú no!

– ¡¿Que te tengo ce…?! –Andrea se detuvo a mitad de la frase. –¿Qué dijiste?

–Que soy afortunado de tener semejante hermana, pero tú no contaste con la misma suerte –respondió hablando con lentitud.

Los ojos de Andrea se llenaron de lágrimas y corrió a abrazarlo. Una vez apoyada en su hombro, y con los ojos mojados, sonrió y dijo –Idiota. En verdad soy yo la afortunada, y tú el celoso.

jueves, 12 de abril de 2007

Correr

Y entonces sucedió. Debo admitir que no era exactamente lo que esperaba, pero no me sorprendí pues segundos antes, dio indicios de comenzar a hacerlo. No sé si fui el único, pero lo vi todo, porque desde el primer momento me llamó la atención, y eso es mucho decir, pues soy de aquéllos que pasan por el mundo, sin alterarlo, sin alterarse con éste, y sin importarme lo que lo altere, y curiosamente, esta vez, me llamó la atención algo tan banal, tan poca cosa, tan insignificante… Fue así que lo vi desde que empezó a correr. No tenía nada de raro, un joven corriendo; pero por algún motivo, me quedé viendo cómo corría, como si esperara que algo importante sucediese. Supongo que “importante” es la palabra menos apropiada para describir lo que sucedió, y aún así – sólo por verlo correr, nacieron dentro de mí una serie de sentimientos. Sentí primero, un poco de pena por sus zapatos, pues la velocidad que llevaba iba a terminar destruyéndolos; por sus pies también, ya que con el esfuerzo los iba a maltratar; sentí rechazo para con él, porque me pareció una idiotez lo que estaba haciendo: correr sin motivos; sentí vergüenza ajena, pues se veía más niño de lo que físicamente aparentaba; sentí alivio, de ser él quien corria y no yo, que odio correr; pero lo que más me sorprendió, fue aquel sentimiento que rara vez sentí, ese sentimiento que me atormenta, y que no concuerda com mi forma de ser (alguien tan desentendido de todo), ese último sentimiento que tuve, fue… envidia… sentí envidia, pues, apesar de lo ridículo que se veía, a pesar de lo lastimados que terminarían sus pies y zapatos, a pesar de la estúpida posición inclinada que llevaba, a pesar de lo infantil que parecía, a pesar de cualquier cosa que yo encontrara digna de crítica… él era feliz. Y sonreía sin miedo, parecía no tener problemas, parecía no pensar, él sólo corría, corría y sonreía, y era evidente que lo estaba disfrutando: del viento golpeando su cara, del sonido rítmico de sus pies al hacer contacto con el piso, de su ropa intentando alcanzarlo, de ser el más rápido entre todos los presentes, de su cabello siendo despeinado… de la libertad.. entonces lo odié, por ser tan descomplicado y al mismo tiempo elegante. Lo odié, por ser feliz.

Transferencia del Miedo

–Calma amiga– Clara la intentaba calmar.

Angélica se apoyó temblorosa sobre el brazo de su amiga y hundió su cara en la suavidad de su suéter.

–Disculpa– una mano le tocó su hombro con delicadeza. Angélica levantó su cara con curiosidad, y miró hacia el asiento al otro lado del pasillo. La mirada del joven le causó una especie de confianza que no supo explicar. – ¿Me permites ayudarte? –continuó éste.

Temblorosa, se secó la humedad de los ojos para poder visualizarlo mejor. Lo miraba confusa.

– ¿Sabías que el miedo es transferible?

– No, no lo sabía– sintió curiosidad.

Se sobresaltó cuando su mano se llenó repentinamente de tibieza cuando la mano del joven se aferró a la suya.

–Anímate– le sonrió. –Piensa en mandármelo.

Angélica respiró profundo. –¿Mandártelo?

–Sí– afirmó éste. –Que el miedo se vaya de ti, y me llegue a mí.

«Esto es una locura» pensó. Cerró sus ojos, y se concentró en intentar mandarle el miedo al joven a su derecha. Clara observaba atónita.

Sorprendentemente, gradualmente dejó de temblar, y su respiración volvió a la normalidad. Contrariamente, la respiración del joven se hacía cada vez más honda y acelerada. Angélica no pudo creer cuando abrió los ojos y lo vio, sentado en su puesto, con cara de susto, y apretándole su mano con fuerza. El joven la soltó para aferrarse con firmeza a los brazos de su asiento. Sus nudillos se pusieron pálidos. Angélica se llevó las manos a la boca y miró a Clara, quien se veía tan pasmada como ella. A medida que el avión aceleraba, el bamboleo se hacía más fuerte, y con éste, la ansiedad del muchacho. En medio de la angustia y la preocupación, Angélica le extendió la mano, y le agarró el brazo. Lo acariciaba y le hablaba bajito para intentar calmarlo.

–Calma, calma… todo estará bien… todo estará bien…–le decía.

El avión despegó, y después de unos instantes, se escuchó la vocecilla aquella que informaba que las luces de cinturones de seguridad habían sido apagadas. La respiración del joven se reestableció súbitamente. Este cerró los ojos, y suspiró hondo.

Angélica se llevó las manos a la boca, pendiente de sus acciones. El joven abrió los ojos y su mirada denotaba victoria. La miró a los ojos con seguridad y le sonrió mientras decía: “Lo logré.”

–¿Lograste qué? – inquirió intrigada.

–Hacerte olvidar de tu miedo. –confirmó él.

–Es decir que…

–Sí –la interrumpió– estuve actuando. Lo de la transferencia del miedo, no sé si existe siquiera, pero parece que funcionó, ¿no crees? Tal vez… –hizo un silencio de pocos segundos– sea cierto eso de que todo está aquí– se llevó un dedo a la sien y la golpeó dos veces con éste.

Angélica rió nerviosa. Después sonrió. –Te lo agradezco.

–No hay problema, para servirte. – Le extendió la mano. –Me llamo Miguel.

Tardó unos segundos en volver a la realidad. Respingó y se apresuró a extenderle la mano de vuelta. –Angélica.

–Es un placer, Angélica. –una vez más, le sonrió.