El salón se hallaba en su conmoción matinal regular, mientras esperaban la llegada del profesor para empezar clases. Al parecer sería un día de colegio común y corriente y todo marchaba naturalmente. Eso… hasta que se produjo un silencio repentino causado por la entrada de una figura desconocida por los actuales habitantes del curso de 10A: Una chica. Caminaba lentamente como temiendo despertar a los leones, mas conciente de que todas las miradas yacían sobre ella. Fue hacia una silla despejada de los grupos para sentirse menos incómoda al sentarse tan cerca de un grupo de desconocidos, y se sentó ahí.
Jorge fue el primero en acercársele: “¿Eres nueva?” Entró sin mayor preámbulo.
–Sí… –Respondió ella sin mucha confianza.
–De acuerdo… Pero te recomiendo que te mudes de puesto; ése de ahí es el asiento de Dedos.
– ¿Quién es Dedos? –se extrañó la chica.
Orlando apareció de detrás de Jorge, y apoyándosele en el hombro, se dirigió a la chica nueva: “Es un compañero nuestro que no habla mucho. Preferimos no meternos con él porque es muy impredecible, y tiene un aire de autoridad que hace que de alguna forma u otra, sintamos una especie de miedo y respeto al tratarlo.”
– ¿Y por qué le dicen Dedos? –preguntó la nueva.
Esteban se unió a la conversación agregando: “El tipo no sólo tiene unos dedos larguísimos, sino que los usa para todo. Es decir: no está mal usar los dedos, pero él no toca nada con las palmas.”
Margarita se coló entre Jorge y Orlando y se dirigió hacia Esteban: “Pero no lo hagas sonar como algo malo, si vieras lo bien que toca el piano… ¡no hablarías de esa forma!”
Pedro fue quien llegó ahora diciendo: “De todas formas, es raro no usar las palmas… Es que ni siquiera al abrir las puertas, gira las perillas o empuja las puertas enteras sólo con los dedos.”
La gente del curso fue poco a poco agregándose a la conversación, y aglomerándose alrededor de la chica nueva, quien permanecía en el asiento de Dedos.
Natalia, al sentir interés en el tema, no dudó en cuestionar: “¿Alguien lo ha visto dar un apretón de manos alguna vez?”
Manuel contestó: “No. Hace más lagartijas sobre los dedos de las que cualquiera de nosotros en el curso puede hacer con las manos, pero nunca las hace apoyando las palmas en el suelo.”
Yadira agregó: “También cuando escribe lo que el profesor copia en el tablero, la mano con la que escribe descansa sobre su escritorio, pero apoyada sólo en los dedos, me parece muy curioso eso, su mano queda como formando una araña, o algo similar.”
Francisco habló desde atrás: Un vez, Jorge y yo intentamos tocar la palma de su mano con una regla, en un momento en el que lo vimos distraído y con la mano descubierta, pero como si tuviese un sexto sentido, reaccionó cerrando los dedos y apretando la regla de tal forma que no la podíamos zafar. Nos miró con una cara que, a mí personalmente, me puso la piel de gallina, y aun siendo la regla de madera, sin mayor esfuerzo la rompió.”
–Esos dedos deben ser muy fuertes –Supuso Beatriz.
– ¡Ya que lo son! – Dijo Martha – ¿Se acuerdan de cuando nos quedamos encerradas en el laboratorio? Natalia, Katia y yo empujábamos la puerta con todas nuestras fuerzas pero estaba muy atascada, y nada que se movía. Dedos seguía en el laboratorio pero concentrado en lo suyo, y ni nos miraba. Hasta que terminó, recogió sus cosas, y vino hasta nosotras. Sin decir nada, apoyó los dedos sobre la puerta, y como si fuese de cartón, la empujó con una facilidad, que nos dejó sorprendidas.
Katia sonreía mientras sus ojos se llenaban de recuerdo: “Sí, a veces es inclusive dulce… Recuerdo una vez que me defendió de un tipo de undécimo que se quiso propasar conmigo en el pasillo. Dedos llegó, y le sujetó la muñeca con sus dedos, y le exigió que me dejara en paz… El otro quiso forcejear para soltarse de Dedos, y éste lo golpeó entre el pecho y el hombro con el índice y el corazón juntos, haciéndolo caer al suelo y chillando de dolor.”
Otro que sonrió al recordar, fue Nelson: “Es cierto que a veces sí viene de buen humor: El otro día vino de humor bromista, y lanzó pequeñas bolitas de papel con los dedos al tablero. Lo curioso es que eran tan pequeñas, y aun así golpeaban tan fuerte, que el profesor miraba hacia atrás cada vez que pasaba, y no encontraba al responsable. ¡Fue muy cómico!”
– ¿Y no tocó él la guitarra el año pasado en día de amor y amistad? –preguntó Roberto.
–Sí, fue muy lindo –respondió Cynthia –Se sentó en un rincón del salón y nos dio música instrumental suave de fondo. Lástima que no haya querido participar en las actividades que realizamos ese día…
– ¡Cynthia! ¡Que no te escuche tu novio! –Exclamó Gerardo. Hubo una risa comunal entre los partícipes. Incluso la chica nueva rió, sintiéndose más cómoda entre sus recién conocidos nuevos compañeros de curso.
Érika se había arrodillado para entrar en la multitud, y apoyando el codo en el escritorio de dedos, y dejando descansar su mentón en la mano se preguntó: “¿Se han puesto a pensar qué sentimientos y pensamientos se encuentran dentro de tanto silencio?”
Todos hicieron un silencio en el que intentaron comprender la mente de su misterioso compañero.
Jorge fue quien interrumpió este silencio, poco después, al dirigirse a la chica en el escritorio de Dedos: “¿Cómo dijiste que te llamabas?”
Ella abrió sus labios al disponerse a responder pero la voz que se escuchó fue la de un hombre por fuera del grupo alrededor de ella: “Buenos días, niños”. El profesor había llegado, y en consecuencia, todo el mundo se dirigió a sus puestos automáticamente. La chica se levantó, y vio que al estar todos sentados, había quedado un puesto vacío a la derecha del que había ocupado previamente, por lo que mudó su lugar a este de aquí. Segundos después, Dedos entró al salón, tan callado como siempre, se dirigió a su puesto, sin siquiera reparar que una persona desconocida estaba sentada a su lado. Se sentó, y dirigió su atención al salón.
– ¡Hola! ¿Cómo estás? – una vocecilla aguda lo llamó desde su derecha. Giró su cabeza para ver a una joven muy bajita en comparación a él, de cabello rubio y ojos azules, que con una sincera mirada, le ofrecía a estrechar la mano con paciencia.
Sin estrecharle la mano de vuelta, y con su gruesa voz, Dedos pronunció: “¿Nos conocemos?”
Con la mano aún extendida, y su sonrisa todavía viva, la chica nueva respondió: “Quizás tú a mí no, pero siento que yo a ti sí”.
Jorge fue el primero en acercársele: “¿Eres nueva?” Entró sin mayor preámbulo.
–Sí… –Respondió ella sin mucha confianza.
–De acuerdo… Pero te recomiendo que te mudes de puesto; ése de ahí es el asiento de Dedos.
– ¿Quién es Dedos? –se extrañó la chica.
Orlando apareció de detrás de Jorge, y apoyándosele en el hombro, se dirigió a la chica nueva: “Es un compañero nuestro que no habla mucho. Preferimos no meternos con él porque es muy impredecible, y tiene un aire de autoridad que hace que de alguna forma u otra, sintamos una especie de miedo y respeto al tratarlo.”
– ¿Y por qué le dicen Dedos? –preguntó la nueva.
Esteban se unió a la conversación agregando: “El tipo no sólo tiene unos dedos larguísimos, sino que los usa para todo. Es decir: no está mal usar los dedos, pero él no toca nada con las palmas.”
Margarita se coló entre Jorge y Orlando y se dirigió hacia Esteban: “Pero no lo hagas sonar como algo malo, si vieras lo bien que toca el piano… ¡no hablarías de esa forma!”
Pedro fue quien llegó ahora diciendo: “De todas formas, es raro no usar las palmas… Es que ni siquiera al abrir las puertas, gira las perillas o empuja las puertas enteras sólo con los dedos.”
La gente del curso fue poco a poco agregándose a la conversación, y aglomerándose alrededor de la chica nueva, quien permanecía en el asiento de Dedos.
Natalia, al sentir interés en el tema, no dudó en cuestionar: “¿Alguien lo ha visto dar un apretón de manos alguna vez?”
Manuel contestó: “No. Hace más lagartijas sobre los dedos de las que cualquiera de nosotros en el curso puede hacer con las manos, pero nunca las hace apoyando las palmas en el suelo.”
Yadira agregó: “También cuando escribe lo que el profesor copia en el tablero, la mano con la que escribe descansa sobre su escritorio, pero apoyada sólo en los dedos, me parece muy curioso eso, su mano queda como formando una araña, o algo similar.”
Francisco habló desde atrás: Un vez, Jorge y yo intentamos tocar la palma de su mano con una regla, en un momento en el que lo vimos distraído y con la mano descubierta, pero como si tuviese un sexto sentido, reaccionó cerrando los dedos y apretando la regla de tal forma que no la podíamos zafar. Nos miró con una cara que, a mí personalmente, me puso la piel de gallina, y aun siendo la regla de madera, sin mayor esfuerzo la rompió.”
–Esos dedos deben ser muy fuertes –Supuso Beatriz.
– ¡Ya que lo son! – Dijo Martha – ¿Se acuerdan de cuando nos quedamos encerradas en el laboratorio? Natalia, Katia y yo empujábamos la puerta con todas nuestras fuerzas pero estaba muy atascada, y nada que se movía. Dedos seguía en el laboratorio pero concentrado en lo suyo, y ni nos miraba. Hasta que terminó, recogió sus cosas, y vino hasta nosotras. Sin decir nada, apoyó los dedos sobre la puerta, y como si fuese de cartón, la empujó con una facilidad, que nos dejó sorprendidas.
Katia sonreía mientras sus ojos se llenaban de recuerdo: “Sí, a veces es inclusive dulce… Recuerdo una vez que me defendió de un tipo de undécimo que se quiso propasar conmigo en el pasillo. Dedos llegó, y le sujetó la muñeca con sus dedos, y le exigió que me dejara en paz… El otro quiso forcejear para soltarse de Dedos, y éste lo golpeó entre el pecho y el hombro con el índice y el corazón juntos, haciéndolo caer al suelo y chillando de dolor.”
Otro que sonrió al recordar, fue Nelson: “Es cierto que a veces sí viene de buen humor: El otro día vino de humor bromista, y lanzó pequeñas bolitas de papel con los dedos al tablero. Lo curioso es que eran tan pequeñas, y aun así golpeaban tan fuerte, que el profesor miraba hacia atrás cada vez que pasaba, y no encontraba al responsable. ¡Fue muy cómico!”
– ¿Y no tocó él la guitarra el año pasado en día de amor y amistad? –preguntó Roberto.
–Sí, fue muy lindo –respondió Cynthia –Se sentó en un rincón del salón y nos dio música instrumental suave de fondo. Lástima que no haya querido participar en las actividades que realizamos ese día…
– ¡Cynthia! ¡Que no te escuche tu novio! –Exclamó Gerardo. Hubo una risa comunal entre los partícipes. Incluso la chica nueva rió, sintiéndose más cómoda entre sus recién conocidos nuevos compañeros de curso.
Érika se había arrodillado para entrar en la multitud, y apoyando el codo en el escritorio de dedos, y dejando descansar su mentón en la mano se preguntó: “¿Se han puesto a pensar qué sentimientos y pensamientos se encuentran dentro de tanto silencio?”
Todos hicieron un silencio en el que intentaron comprender la mente de su misterioso compañero.
Jorge fue quien interrumpió este silencio, poco después, al dirigirse a la chica en el escritorio de Dedos: “¿Cómo dijiste que te llamabas?”
Ella abrió sus labios al disponerse a responder pero la voz que se escuchó fue la de un hombre por fuera del grupo alrededor de ella: “Buenos días, niños”. El profesor había llegado, y en consecuencia, todo el mundo se dirigió a sus puestos automáticamente. La chica se levantó, y vio que al estar todos sentados, había quedado un puesto vacío a la derecha del que había ocupado previamente, por lo que mudó su lugar a este de aquí. Segundos después, Dedos entró al salón, tan callado como siempre, se dirigió a su puesto, sin siquiera reparar que una persona desconocida estaba sentada a su lado. Se sentó, y dirigió su atención al salón.
– ¡Hola! ¿Cómo estás? – una vocecilla aguda lo llamó desde su derecha. Giró su cabeza para ver a una joven muy bajita en comparación a él, de cabello rubio y ojos azules, que con una sincera mirada, le ofrecía a estrechar la mano con paciencia.
Sin estrecharle la mano de vuelta, y con su gruesa voz, Dedos pronunció: “¿Nos conocemos?”
Con la mano aún extendida, y su sonrisa todavía viva, la chica nueva respondió: “Quizás tú a mí no, pero siento que yo a ti sí”.
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