Me encontraba en clase de Investigación de Operaciones con July, y había estado interesante porque hasta el momento el profesor había logrado internarnos en el tema, nos había dado cierta curiosidad y ánimo hacia el mismo.
Faltando poco para que se acabara la clase, de la nada, July se dirigió a mí y me preguntó: “Huguito, ¿tú por dónde vives?”
–Por la 52 con 82, July, –respondí – ¿y tú?
–En la 64B con 91 –me dijo.
Estuve tentado a agregar un “¿Por qué la pregunta?” esperando recibir una petición de chance en consecuencia, pero realmente me distraje intentando localizar su casa en relación a la mía. Fui sincero al decirle: “Perdóname, sabes que mi sentido de orientación no es muy bueno que digamos.”
Me dio entonces otra pista para ubicarme: “Queda por el parque Limoncito.”
– ¡Oh! ¡El Limoncito me suena! –reaccioné, pero al intentar mentalizar la imagen del parque, tampoco pude lograrlo.
Una vez más, pensé en preguntar el motivo de su interés, pero me restringí por miedo a parecer yo más interesado que ella en el hecho de hacerle el chance. Si me pongo a analizar el motivo, pienso que es una tontería, pero a la hora de actuar, algunas personas simplemente no sabemos mucho cómo manejar una situación social.
Así que la clase terminó, y cada quien recogió sus cosas, y salió del salón. July salió antes de mí, y dada mi curiosa lentitud al caminar, la distancia entre nosotros se hacía cada vez mayor, y un impulso dentro de mí me decía que debía ofrecérselo porque ella había pensado en pedirlo y no se había atrevido. Quizás pensó que yo me tendría que desviar mucho para llevarla, y no quiso hacerme pasar ninguna molestia.
–July –la llamé, sin respuesta. –July.
Volteó y sin terminar de mirarme se despidió con un “¡Chao, Huguito!”
Creo que en un segundo, pasaron como mil cosas por mi cabeza, e hicieron que me arrepintiera de haberla llamado. No tenía la certeza de si ella se había despedido porque pensó que para eso la llamaba, o quizás supo que la llamaba para ofrecerle el chance y no quiso molestarme, o de pronto sintió mi intensidad y simplemente no quería que se lo ofreciera. El punto es que no supe bien cómo reaccionar, y desde el metro de distancia que nos separaba, levanté la mano y repliqué: “Chao, July”. Ni siquiera supe si debí acercarme a despedirme de beso en la mejilla.
Pero la verdad es que me arrepentí. En el carro, de vuelta a mi casa, analicé la situación, y pensaba « ¿Qué de malo hay en hacerle el chance a su casa a una amiga? ¿Qué es lo peor que me hubiese pasado? ¿Que rechace el chance? » Me sentí descortés y poco servicial. Realmente me arrepentí de no haberle preguntado el por qué de su pregunta. Me arrepentí de haberme arrepentido por haberla llamado. Me arrepentí de no haber tenido el valor de ofrecerle el favor.
Faltando poco para que se acabara la clase, de la nada, July se dirigió a mí y me preguntó: “Huguito, ¿tú por dónde vives?”
–Por la 52 con 82, July, –respondí – ¿y tú?
–En la 64B con 91 –me dijo.
Estuve tentado a agregar un “¿Por qué la pregunta?” esperando recibir una petición de chance en consecuencia, pero realmente me distraje intentando localizar su casa en relación a la mía. Fui sincero al decirle: “Perdóname, sabes que mi sentido de orientación no es muy bueno que digamos.”
Me dio entonces otra pista para ubicarme: “Queda por el parque Limoncito.”
– ¡Oh! ¡El Limoncito me suena! –reaccioné, pero al intentar mentalizar la imagen del parque, tampoco pude lograrlo.
Una vez más, pensé en preguntar el motivo de su interés, pero me restringí por miedo a parecer yo más interesado que ella en el hecho de hacerle el chance. Si me pongo a analizar el motivo, pienso que es una tontería, pero a la hora de actuar, algunas personas simplemente no sabemos mucho cómo manejar una situación social.
Así que la clase terminó, y cada quien recogió sus cosas, y salió del salón. July salió antes de mí, y dada mi curiosa lentitud al caminar, la distancia entre nosotros se hacía cada vez mayor, y un impulso dentro de mí me decía que debía ofrecérselo porque ella había pensado en pedirlo y no se había atrevido. Quizás pensó que yo me tendría que desviar mucho para llevarla, y no quiso hacerme pasar ninguna molestia.
–July –la llamé, sin respuesta. –July.
Volteó y sin terminar de mirarme se despidió con un “¡Chao, Huguito!”
Creo que en un segundo, pasaron como mil cosas por mi cabeza, e hicieron que me arrepintiera de haberla llamado. No tenía la certeza de si ella se había despedido porque pensó que para eso la llamaba, o quizás supo que la llamaba para ofrecerle el chance y no quiso molestarme, o de pronto sintió mi intensidad y simplemente no quería que se lo ofreciera. El punto es que no supe bien cómo reaccionar, y desde el metro de distancia que nos separaba, levanté la mano y repliqué: “Chao, July”. Ni siquiera supe si debí acercarme a despedirme de beso en la mejilla.
Pero la verdad es que me arrepentí. En el carro, de vuelta a mi casa, analicé la situación, y pensaba « ¿Qué de malo hay en hacerle el chance a su casa a una amiga? ¿Qué es lo peor que me hubiese pasado? ¿Que rechace el chance? » Me sentí descortés y poco servicial. Realmente me arrepentí de no haberle preguntado el por qué de su pregunta. Me arrepentí de haberme arrepentido por haberla llamado. Me arrepentí de no haber tenido el valor de ofrecerle el favor.
1 comentario:
jeje pobre mujer ..!!
pero la frase es típica de mi vida.. siempre me arrepiento de arrepentirme ... totally identified.!
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