lunes, 22 de febrero de 2010
Juntos
– ¿Te puedo decir un secreto? –Preguntó él.
–Dime –respondió Mónica con calma.
Renato se acercó a su oído y susurró: “Te confieso que me resulta un poco extraño ir con el nuevo guardaespaldas adonde quiera que vayamos.” A pocos metros de ellos, caminaba uno de los guardaespaldas de la familia. Ella le sonrió, le hizo señas para hablarle al oído y le susurró de vuelta: “Lo sé, pero sabes que hoy en día hay mucha gente que no gusta de los políticos honestos.”
Esta vez, sin susurrar, él aceptó: “Es cierto, y además, has de reconocer que es un tema muy delicado con el que trabaja tu padre”.
La chica asintió.
No pasó un minuto cuando escucharon una moto cuyo sonido destacaba dentro del tránsito común. Renato volteó a ver de qué se trataba: vio dos tipos con chaquetas de cuero y cascos negros que se aproximaban en la moto a gran velocidad, zigzagueando por entre el tráfico.
Cuando estaban cerca de ellos, el hombre que iba atrás, sacó una Uzi y mientras todo se comenzaba a mover en cámara lenta, el guardaespaldas se disponía a sacar su arma, Renato, por instinto, gritaba “¡Mónica!” y girando hacia ella, la abrazaba dándole la espalda a la calle para hacer de escudo humano.
Todo volvió a su velocidad normal cuando los disparos iniciaron, y en menos de dos segundos, la moto ya se había alejado, y se perdía de vista.
Mónica y Renato seguían abrazados, con sus ojos apretados, y sus respiraciones aceleradas. Él es el primero en abrir los ojos, mira a su izquierda y ve al guardaespaldas tendido sobre el suelo, inanimado y rodeado por un charco de sangre.
– ¡Dios mío! –Exclamó con pesar.
Mónica despega la cara de su hombro, y gira para ver una escena que inmediatamente se arrepiente de conocer, y vuelve a enterrar su rostro en Renato, soltando un pequeño sollozo…
Al ella abrazarlo nuevamente, él sintió un intenso dolor en su estómago que lo paralizó. Con los brazos, separó a Mónica suavemente para ver de qué se trataba, y se llevó su mano al sitio del dolor. Bajó la mirada y horrorizado notó cómo su estómago se había llenado de sangre.
«La bala me atravesó» pensó, llenándose de frustración al no sólo darse cuenta de que había sido herido, sino que sus instintivos intentos por proteger a Mónica no habían dado resultado. ¡Ella también estaba herida!
Sin poder hacer mucho para evitarlo, cayó en sus rodillas con una respiración dificultosa a causa del sufrimiento. Un segundo después, ella cayó también, de manera más violenta, en frente suyo, con la cabeza gacha y la mano en su estómago también.
Ahogándose, y con sus ojos llenándose de lágrimas, Renato apenas pudo pronunciar: “Due… le…”
Mónica se limitó a asentir rápidamente mientras que apretaba sus ojos y disparaba unas cuantas lágrimas contra el pavimento.
Poco a poco, se fueron dejando caer a un costado, hasta que quedaron con sus hombros apoyados en el suelo, uno en frente del otro.
– ¿Te… pue… do… con… fesar un secreto? –Preguntó Renato, minutos después, haciendo un esfuerzo por vencer el dolor mientras se esmeraba en pronunciar sus palabras.
Mónica no tuvo la fuerza de contestar, pero su mirada denotó una atención inmutable en espera del proseguir de su mejor amigo.
– Desde hace mu… cho…. E-estoy enamorado de ti.
Los ojos de Mónica se aguaron, y con un movimiento ligeramente perceptible, asintió informándole con la mirada que era correspondido.
Con un último esfuerzo, flexionaron los codos y levantaron arrastrando sus brazos sobre los cuales descansaba el cada vez menor peso de sus cuerpos, hasta que las puntas de sus dedos se tocaron, pues no dieron sus fuerzas para aferrar sus manos las unas con las otras.
Juntos se despidieron de la oscuridad del bello día que los rodeaba.
A lo lejos, las sirenas de las ambulancias comenzaron a escucharse. A lo cerca, los gritos aterradores de los testigos no cesaban, aunque para Renato y Mónica nunca empezaron.
Cuentan los habitantes de edificios aledaños, que desde arriba, sus cuerpos formaban un corazón, desde la unión de sus rodillas hasta la de sus manos; un corazón que parecía haber sido coloreado por un niño que vertió su pintura roja sobre su dibujo, y olvidó esparcirla con su pincel.
miércoles, 6 de enero de 2010
No Quiero Ser Menos Tonto
No quiero ser menos tonto que cuando me hago idiota en tu mirada
No quiero ser menos tonto que cuando escucho tu mágica voz
No quiero ser menos tonto que cuando caigo víctima del aliento de tus besos
No quiero ser menos tonto que cuando siento el aroma de tu piel
No quiero ser menos tonto que cuando me consuela la suavidad de tus manos
No quiero ser menos tonto que cuando lo soy por ver tu sonrisa
No quiero ser menos tonto si al ser menos tonto pierdo todo eso
Quiero ser tonto por siempre, porque tonto soy feliz, tonto estoy contigo
miércoles, 14 de octubre de 2009
No es Justo
No es justo que debamos pagar por lo que ellos hicieron
Por lo que ellos no hicieron
No es justo que sus libros hablen de azules que no existen, ni en los mares ni en el cielo
Que no tengamos los animales que todos ellos conocieron
Que tengamos que usar máscaras que ellos nunca vistieron
No es justo que haya guerras por el agua, porque de ésta carecemos
Que centenas de ciudades, como Atlantis, perecieron
Que verano e invierno, sean ambos un infierno
No es justo que suframos, por lo que ellos no predijeron
Y que no hayamos recibido, el mundo que nos prometieron
lunes, 11 de mayo de 2009
Las dos Madres
─Mi amor ─, le digo mientras me agacho ─eso no es motivo para llorar. Ve y habla con tus amiguitas para que se pongan de acuerdo, ¿bueno? Ve, que yo sé que tú eres una niña buena, ¿cierto?
Con sus ojos llorosos asiente, y como buen padre, la calmo un poco antes de que vuelva con sus visitas, para jugar juegos con los que las tres estén de acuerdo.
***
Una hora más tarde, me hallo en mi cuarto trabajando en un taller de Ingeniería Económica cuando mi mamá me llama para ir a comer. Me dirijo al comedor sin recordar que teníamos visita. En una mesita estaban las tres niñitas cenando, y a la izquierda, en la mesa grande, mis padres, las dos madres, y entre mi padre y una de las madres, un asiento vacío: el mío.
Aquí es donde empieza lo interesante: una conversación que me resulta difícil seguir, dados todos los cálculos que mi cabeza quería realizar mientras ésta se daba. La madre a mi izquierda hablando de su padre. No requiero de muchos segundos para darme cuenta de que su relación con él no es muy buena. Mencionó a sus trece hermanos; todos medio hermanos. La irresponsabilidad de su padre El ser criada por su abuelo hasta que tuvo doce años. Su abuelo materno, con quien vivía, por lo que asumo que su mamá lo hacía también; entonces imagino a su abuelo materno viviendo y cuidando a su hija y a su nieta, quien lo llamaba ‘papá’. Ahora entran a mi cabeza los seis hermanos de su madre, a quienes la madre que está hablando acaba de mencionar. Inconcientemente trato de calcular las edades de todos los presentes en el relato cuando ella nos dice que una vez su abuelo los reunió a todos para decirle que se iba de la casa (realmente no se iba, pero esto resulta más cómodo de explicar que todo el detalle de la historia) porque su señora (su otra señora; la que todos sus hijos y hasta su esposa conocían, y cuya relación con él les era familiar también) había quedado embarazada, y como sus hijos estaban todos grandes, tenía que cuidar a su próximo bebé. La ahora, mas no entonces madre, reclamó con las palabras “¿Y qué hay de mí? Yo todavía estoy pequeña”, palabras que escucho ahora en el comedor de mi casa, después de tantos años de haber sido pronunciadas por primera vez, en una casa que no conozco. La madre narra las traumáticas palabras que recibió de su hasta entonces padre: “Pero tú no eres mi hija, eres mi nieta”.
La segunda madre aporta el que su padre tampoco se ocupó de ellos. Resulta que su abuelo era libanés, y acá en Colombia, conoció a su abuela: “alta, ojos azules, cabello oscuro”, y se enamoró, pero sus hermanas lo obligaron a casarse con una libanesa, la cual a su vez estaba enamorada de un europeo. Así que su abuelo se quedó con las dos, y tuvo varios hijos con ambas, pero no se encargó directamente de ellos (les enviaba mercados todos los meses); el padre de esta madre, el mayor de su abuela (y curiosamente al igual que el mayor de la otra señora) sacaron a sus hermanos adelante (lo que por cierto me hace preguntarme por qué no lo hicieron así con sus hijos). Así que mi mente intenta armar árboles genealógicos y entender motivos de actuación, posibles causas, probables acontecimientos, y demás, cuando un nuevo dato entra para empeorarlo todo: El abuelo de esta madre, de 84 años está muriendo. 84. El abuelo de esta madre tiene la edad de mi abuelo, y ya ella es una madre, ¡pero yo no soy padre! Aunque con mis 21 años de edad, podría perfectamente ser el padre de mi hija, y la hija de esta madre tiene la edad de mi hija, pero puedo afirmar que esta madre es mayor que yo (tiene fácilmente la edad de mi madre). Me pregunto ahora la edad de su padre. Y mi mente se está llenando de números, fechas, historias y sentimientos cuando de repente, y por primera vez en el transcurso de la cena (la cual ya ha terminado), siento la necesidad de hablar para excusarme, y luego me levanto. Hay algo que mi mente me pide a gritos que escriba para ver si de esta forma se hace más comprensible.
martes, 21 de octubre de 2008
Una Bofetada y un Primer Beso
–Se llama Kevin –Andrea soltó una risita ante mi intento por sonar desinteresada –pero no te fijes en él.
– ¿Por qué? –No pude ocultar la decepción en mi voz – ¿Tiene novia?
–No, pero eso es precisamente lo que nos sorprende –ante mi mirada de desconcierto, Andrea continuó –hace meses que él y Karina se gustan, pero no sabemos por qué a estas alturas aún no son novios.
–Hm. –No supe qué más decir.
Seguíamos caminando por el pasillo, y doblamos en la esquina. Escuchamos entonces el portazo de un casillero, y nuestras miradas se enfocaron al centro del pasillo.
–Hablando del rey de Roma… –Musitó Andre. Karina se había dado la vuelta hacia Kevin y hablaba con una voz que nosotras llegábamos a escuchar.
– ¡Déjame, Kevin! ¡Estoy muy estresada, y no estás colaborando!
–De acuerdo, pero escúchame, quiero ayudarte –primera vez que oía su voz, pero me había dejado deslumbrada. Su mano se dirigió a la de Karina, lentamente.
Nos acercamos lentamente para no perdernos de la conversación en caso de que sus voces hablaren más bajo.
– ¡No, no quieres ayudarme! – Gritó ella, zafando su mano con brusquedad. De acuerdo, no era necesario acercarnos, pero la odié entonces.
– ¡Karina, escúchame! –Kevin levantó un poco el tono de voz al decirlo, y la sujetó por los brazos zarandeándola ligeramente. Luego su voz adquirió un tono más tenue y apaciguante –Tengo una idea.
Quizás su voz generó el mismo efecto en Karina que en mí, pues ella se lo quedó mirando silenciosamente y aparentaba estar infundida en una misteriosa calma. Sus labios apenas se movieron en un susurro que ni Andre ni yo conseguimos oír.
–Abofetéame –dijo él con una amplia sonrisa.
– ¡¿Qué?! –Karina había salido de su transe.
–En verdad sirve como terapia, –dijo él –te ayudará a desahogarte y liberar tanto estrés.
–No lo haré –replicó ella con un tono un tanto amargado.
–Hazlo.
–No.
–Vamos. Si quieres, no lo hagas por ti, hazlo por mí. Asumamos por un momento que soy un masoquista, y te pido de corazón que me golpees para poder sentir placer.
–No, Kevin, ¡no te voy a abofetear!
– ¿Por qué no? ¿No lo harías por mí? ¿No quieres complacerme?
–Déjame en paz. –Decía mientras lo esquivaba y pasaba por su lado, pensando darle la espalda al dirigirse al salón de clases –No te complacería que te golpeara.
Él giró sobre sus talones, y con una mano, le tomó el brazo haciéndola girar sobre los suyos. Agachó su cara un poco en dirección a ella y dirigiéndose a ella con ojos penetrantes, le dijo rápidamente con un tono muy serio: “Mira, me preocupo por ti y quiero ayudarte, así que compláceme y cachetéame, ¿quieres? Yo sé que no soy ni la mitad de importante para ti de lo que tú eres para mí, pero a veces hasta a un desconocido puede uno comp… ”
La cacheteada que recibió lo había parado en seco. Me llevé una mano a la boca y ahogué un grito, pude notar que Andrea había hecho lo mismo. A causa del impacto, la cara de Kevin había girado de tal forma que ahora sólo conseguíamos ver la parte de atrás de su cabeza, pero por alguna razón, tuve el presentimiento de que sonreía. No pasó mucho, cuando las dos manos de Karina se dirigieron a su boca, tapándole hasta la nariz, dejando ver sus ahora húmedos ojos.
Vi sus manos moverse con lentitud a medida que se separaban de su cara y se dirigían a la de Kevin, y la movió de manera que fuimos capaces de ver su perfil nuevamente. Su sonrisa permanecía, a pesar de haber disminuido en relación a la que presentí que había tenido. Las dos manos de Karina sobre sus mejillas, y ella se empina un poco hacia su cara; él no opone resistencia, y le rodea la cintura con sus brazos agachando un poco más la cabeza para que la acción pudiera terminar de convertirse en un prolongado beso.
Una oleada de chiflidos y aplausos complementó la retumbante ovación que se experimentó en el pasillo. Caí en cuenta de que había más gente en el pasillo, y al parecer todos estuvieron tan pendientes de la escena como Andre y yo. Andrea aplaudía al igual que muchos otros, y Karina se despegaba de Kevin, sonrojada y sonriendo apenada. Él en cambio, sonreía ampliamente y sólo se enfocaba en ella. Alcancé a sentir otra punzada en el pecho cuando ella lo abraza para esconder su cara en sus brazos.
Entonces sacó su cara, y dirigiéndose a él con mirada seria le dijo: "Nunca más te atrevas a decir que no eres importante para mí".
– ¡Vaya! Parece que acabamos de presenciar el primer beso de esos dos. –Comentó Andrea. –Omite mi comentario de cuando te dije que no tenía novia.
Curiosamente, su comentario me hizo sonreír. No sé por qué me había fastidiado tanto, si ni siquiera lo conozco. Sonreí al mirarlos y poder admitirme a mí misma, que hacían una linda pareja.
sábado, 18 de octubre de 2008
Sueño Pesado
Me miraba silenciosa.
– Si no lo supiéramos no estaría incorrecto, ¿Cierto? –finalmente pregunta ella.
–No –la corrijo –seguiría siendo incorrecto. Sólo que no estaríamos conciente de ello.
Después de poco se me escapa un: “Aunque para serte sincero, preferiría nunca haberme enterado que somos medio hermanos”.
Se me queda viendo con sus magníficos y deslumbrantes ojos, y sin previo aviso, se lanza sobre mí, empinándose un poco para alcanzar mis labios.
Algo me golpea la nariz. Apretando los ojos, y algo aturdido, intento entender qué ha sucedido. A medida que recobro la noción de lugar y tiempo, reparo en que fui despertado por un objeto que realizaba un desesperante pitido continuo. El despertador yacía en la almohada, a unos centímetros de mi cara. Cayendo en cuenta en el dolor que sentía en el tabique, veo a mi hermano acostado en su cama, con la almohada sobre su cabeza para no escuchar el aparato.
–No sabía que así era como realmente funcionaban los despertadores –le lanzo con tono sarcástico.
» ¡Mamá! –Agrego enfadado – ¡Dejaste el despertador al alcance del brazo de David, y me lo ha lanzado a la cara de nuevo!
jueves, 9 de octubre de 2008
Tengo un Problema
Tengo un problema cuando me hablas
Tengo un problema con tu personalidad
Tengo un problema cuando me pides que te llame
Tengo un problema cuando estás feliz
Tengo un problema por lo mucho que me conoces
Tengo un problema cuando no estamos de acuerdo
Tengo un problema cuando disfrutas de la música
Tengo un problema cuando me agradeces
Tengo un problema si vienes y me abrazas
Tengo un problema cuando ríes
Tengo un problema cuando me cantas
Tengo un problema porque quieres que te consienta
Tengo un problema cuando dices que me extrañas
Tengo un problema cuando te quedas dormida
Tengo un problema cuando te burlas de mí
Tengo un problema porque suenas soñadora
Y tengo un problema cuando eres aterrizada
Pero mi mayor problema es cómo no tengo un problema en adorar ésas,
Y todas las otras cosas que me encantan de ti,
De las cuales ahora me tengo que olvidar
domingo, 28 de septiembre de 2008
Yerno Añorado
–Gracias mijito, siempre tan gentil, tú.
Juan tomó las bolsas, y caminó junto a Patricia en dirección a la cocina.
– ¿Y qué hacen? –Le preguntó Patricia mientras llegaban.
–Nos estamos viendo una película que alquilamos –respondió el joven mientras por instinto señaló con su mano izquierda hacia la sala, sacudiendo un poco la bolsa que llevaba en esta mano – porque Ali siempre ha querido vér…
–Cuidado. Hay botellas ahí –Dijo la mujer con calma.
– ¡Perdón! –Se disculpó Juan.
–Tranquilo –le sonrió Patricia.
Llegaron a la cocina, y él la ayudó a sacar las bolsas, y guardar sus contenidos en la nevera o en la despensa según correspondiere. Entonces sacó una botella sin marca con un líquido blanco y se lo quedó mirando. Se dirigió a Patricia con vacilación: “¿Esto es…?”
–Sí, –dijo Patricia con una sonrisa en su cara –Avena de la de la tienda que tanto te gusta.
– ¿Para mí? –Confirmó con un brillo en sus ojos.
– Para ti. Si quieres toma otra para que le lleves una a Alicia.
– ¡Gracias! –Y así lo hizo. – ¡Ali! ¡Tengo la prueba de lo mucho que tu mamá nos ama!
–Patricia rió con agrado mientras Juan se retiraba de la cocina en dirección a la sala.
Después salió de la cocina, y subió las escaleras en dirección a los cuartos. Entró al suyo y vio a su marido acostado en la cama y viendo televisión. Lo saludó, y se dirigió a él y le dio un pico. Se quitó los zapatos, y se acostó en el otro lado de la cama, y se quedaron viendo televisión.
No pasó mucho tiempo cuando empezó a escuchar la escalera crujir bajo un peso considerable. Interrumpió su lectura. Ninguno de sus hijos pesaba lo suficiente como para hacerla sonar de esa forma. Su primer pensamiento fue « ¡Un ladrón!» y su corazón se aceleró a mil por hora. Sigilosamente, se levantó de la cama, y fue a asomarse a la escalera. Su alivio consistía en pensar en que alguien de ese peso no podría moverse con mucha velocidad, ni facilidad en la oscuridad.
Finalmente, notó una figura indefinida subiendo por las escaleras de a un escalón por vez, y que al parecer, no había notado su presencia, porque la figura seguía subiendo. Un poco asustada, pero determinada a atrapar in fragante a quien fuere que estuviere inautorizadamente en su casa, se dirigió al interruptor de la luz, y la encendió.
– ¿Juan? –Se extrañó.
Al haber sido la luz encendida, el chico se había sorprendido y mirado hacia donde Patricia se hallaba. “¿Qué tal, Patricia?” replicó con una sonrisa cual si la situación fuese la más natural.
– ¿Qué sucede? –Preguntó ella. Juan llevaba a Alicia en sus brazos, como acostumbran los novios a entrar con sus novias al cuarto del hotel en su luna de miel. Alicia, por su parte, yacía dormida y con la cabeza apoyada en su hombro.
Ante la curiosa situación, Juan explicó: “Es que la película terminó ya hace un tiempito, pero Ali se quedó dormida, así que me quedé acompañándola. Sabes que no me importaría quedarme toda la noche acompañándola mientras duerme, pero me acaba de llamar Clara, así que básicamente, tengo que irme. Sino me meteré en problemas, porque sabes lo mucho que me cela con tu hija, dice que paso metido en esta casa, y que Alicia sabe más de mi vida que ella. Y no es por burlarme de ella, pero eso no es sorpresa para nadie, Alicia y yo somos amigos desde hace seis años así que…”
A este punto la risa de Patricia interrumpió la explicación del muchacho, así que agregó: “Bueno, mi niño, permíteme y te ayudo” lo dijo estirando los brazos para recibirle a la chica.
–No, Patricia. ¿Cómo se te ocurre que te voy a poner en ésas? Permíteme y yo me encargo. –Se negó él. Siguió subiendo, de a un paso a la vez, y al llegar al final de la escalera, se dirigió al cuarto de Alicia. Patricia apagó la luz, y lo acompañó al cuarto.
Él la acostó, y se levantó. Salió a la puerta del cuarto, donde la mamá se encontraba.
–Gracias –dijo ella.
–Descuida, no es ningún problema. Buenas noches entonces. –La besó en la mejilla, y corrió hacia las escaleras, bajándolas rápidamente pero sin el estrépito que hacía al subir.
Patricia se cruzó de brazos mientras mentalmente decía: «Juancito, Juancito… Si no tuvieras novia, intentaría metértele por los ojos a mi hija, para que fueses el yerno que siempre he añorado».
viernes, 26 de septiembre de 2008
Me arrepentí de haberme arrepentido
Faltando poco para que se acabara la clase, de la nada, July se dirigió a mí y me preguntó: “Huguito, ¿tú por dónde vives?”
–Por la 52 con 82, July, –respondí – ¿y tú?
–En la 64B con 91 –me dijo.
Estuve tentado a agregar un “¿Por qué la pregunta?” esperando recibir una petición de chance en consecuencia, pero realmente me distraje intentando localizar su casa en relación a la mía. Fui sincero al decirle: “Perdóname, sabes que mi sentido de orientación no es muy bueno que digamos.”
Me dio entonces otra pista para ubicarme: “Queda por el parque Limoncito.”
– ¡Oh! ¡El Limoncito me suena! –reaccioné, pero al intentar mentalizar la imagen del parque, tampoco pude lograrlo.
Una vez más, pensé en preguntar el motivo de su interés, pero me restringí por miedo a parecer yo más interesado que ella en el hecho de hacerle el chance. Si me pongo a analizar el motivo, pienso que es una tontería, pero a la hora de actuar, algunas personas simplemente no sabemos mucho cómo manejar una situación social.
Así que la clase terminó, y cada quien recogió sus cosas, y salió del salón. July salió antes de mí, y dada mi curiosa lentitud al caminar, la distancia entre nosotros se hacía cada vez mayor, y un impulso dentro de mí me decía que debía ofrecérselo porque ella había pensado en pedirlo y no se había atrevido. Quizás pensó que yo me tendría que desviar mucho para llevarla, y no quiso hacerme pasar ninguna molestia.
–July –la llamé, sin respuesta. –July.
Volteó y sin terminar de mirarme se despidió con un “¡Chao, Huguito!”
Creo que en un segundo, pasaron como mil cosas por mi cabeza, e hicieron que me arrepintiera de haberla llamado. No tenía la certeza de si ella se había despedido porque pensó que para eso la llamaba, o quizás supo que la llamaba para ofrecerle el chance y no quiso molestarme, o de pronto sintió mi intensidad y simplemente no quería que se lo ofreciera. El punto es que no supe bien cómo reaccionar, y desde el metro de distancia que nos separaba, levanté la mano y repliqué: “Chao, July”. Ni siquiera supe si debí acercarme a despedirme de beso en la mejilla.
Pero la verdad es que me arrepentí. En el carro, de vuelta a mi casa, analicé la situación, y pensaba « ¿Qué de malo hay en hacerle el chance a su casa a una amiga? ¿Qué es lo peor que me hubiese pasado? ¿Que rechace el chance? » Me sentí descortés y poco servicial. Realmente me arrepentí de no haberle preguntado el por qué de su pregunta. Me arrepentí de haberme arrepentido por haberla llamado. Me arrepentí de no haber tenido el valor de ofrecerle el favor.
jueves, 25 de septiembre de 2008
La Chica Nueva Conoce a Dedos
Jorge fue el primero en acercársele: “¿Eres nueva?” Entró sin mayor preámbulo.
–Sí… –Respondió ella sin mucha confianza.
–De acuerdo… Pero te recomiendo que te mudes de puesto; ése de ahí es el asiento de Dedos.
– ¿Quién es Dedos? –se extrañó la chica.
Orlando apareció de detrás de Jorge, y apoyándosele en el hombro, se dirigió a la chica nueva: “Es un compañero nuestro que no habla mucho. Preferimos no meternos con él porque es muy impredecible, y tiene un aire de autoridad que hace que de alguna forma u otra, sintamos una especie de miedo y respeto al tratarlo.”
– ¿Y por qué le dicen Dedos? –preguntó la nueva.
Esteban se unió a la conversación agregando: “El tipo no sólo tiene unos dedos larguísimos, sino que los usa para todo. Es decir: no está mal usar los dedos, pero él no toca nada con las palmas.”
Margarita se coló entre Jorge y Orlando y se dirigió hacia Esteban: “Pero no lo hagas sonar como algo malo, si vieras lo bien que toca el piano… ¡no hablarías de esa forma!”
Pedro fue quien llegó ahora diciendo: “De todas formas, es raro no usar las palmas… Es que ni siquiera al abrir las puertas, gira las perillas o empuja las puertas enteras sólo con los dedos.”
La gente del curso fue poco a poco agregándose a la conversación, y aglomerándose alrededor de la chica nueva, quien permanecía en el asiento de Dedos.
Natalia, al sentir interés en el tema, no dudó en cuestionar: “¿Alguien lo ha visto dar un apretón de manos alguna vez?”
Manuel contestó: “No. Hace más lagartijas sobre los dedos de las que cualquiera de nosotros en el curso puede hacer con las manos, pero nunca las hace apoyando las palmas en el suelo.”
Yadira agregó: “También cuando escribe lo que el profesor copia en el tablero, la mano con la que escribe descansa sobre su escritorio, pero apoyada sólo en los dedos, me parece muy curioso eso, su mano queda como formando una araña, o algo similar.”
Francisco habló desde atrás: Un vez, Jorge y yo intentamos tocar la palma de su mano con una regla, en un momento en el que lo vimos distraído y con la mano descubierta, pero como si tuviese un sexto sentido, reaccionó cerrando los dedos y apretando la regla de tal forma que no la podíamos zafar. Nos miró con una cara que, a mí personalmente, me puso la piel de gallina, y aun siendo la regla de madera, sin mayor esfuerzo la rompió.”
–Esos dedos deben ser muy fuertes –Supuso Beatriz.
– ¡Ya que lo son! – Dijo Martha – ¿Se acuerdan de cuando nos quedamos encerradas en el laboratorio? Natalia, Katia y yo empujábamos la puerta con todas nuestras fuerzas pero estaba muy atascada, y nada que se movía. Dedos seguía en el laboratorio pero concentrado en lo suyo, y ni nos miraba. Hasta que terminó, recogió sus cosas, y vino hasta nosotras. Sin decir nada, apoyó los dedos sobre la puerta, y como si fuese de cartón, la empujó con una facilidad, que nos dejó sorprendidas.
Katia sonreía mientras sus ojos se llenaban de recuerdo: “Sí, a veces es inclusive dulce… Recuerdo una vez que me defendió de un tipo de undécimo que se quiso propasar conmigo en el pasillo. Dedos llegó, y le sujetó la muñeca con sus dedos, y le exigió que me dejara en paz… El otro quiso forcejear para soltarse de Dedos, y éste lo golpeó entre el pecho y el hombro con el índice y el corazón juntos, haciéndolo caer al suelo y chillando de dolor.”
Otro que sonrió al recordar, fue Nelson: “Es cierto que a veces sí viene de buen humor: El otro día vino de humor bromista, y lanzó pequeñas bolitas de papel con los dedos al tablero. Lo curioso es que eran tan pequeñas, y aun así golpeaban tan fuerte, que el profesor miraba hacia atrás cada vez que pasaba, y no encontraba al responsable. ¡Fue muy cómico!”
– ¿Y no tocó él la guitarra el año pasado en día de amor y amistad? –preguntó Roberto.
–Sí, fue muy lindo –respondió Cynthia –Se sentó en un rincón del salón y nos dio música instrumental suave de fondo. Lástima que no haya querido participar en las actividades que realizamos ese día…
– ¡Cynthia! ¡Que no te escuche tu novio! –Exclamó Gerardo. Hubo una risa comunal entre los partícipes. Incluso la chica nueva rió, sintiéndose más cómoda entre sus recién conocidos nuevos compañeros de curso.
Érika se había arrodillado para entrar en la multitud, y apoyando el codo en el escritorio de dedos, y dejando descansar su mentón en la mano se preguntó: “¿Se han puesto a pensar qué sentimientos y pensamientos se encuentran dentro de tanto silencio?”
Todos hicieron un silencio en el que intentaron comprender la mente de su misterioso compañero.
Jorge fue quien interrumpió este silencio, poco después, al dirigirse a la chica en el escritorio de Dedos: “¿Cómo dijiste que te llamabas?”
Ella abrió sus labios al disponerse a responder pero la voz que se escuchó fue la de un hombre por fuera del grupo alrededor de ella: “Buenos días, niños”. El profesor había llegado, y en consecuencia, todo el mundo se dirigió a sus puestos automáticamente. La chica se levantó, y vio que al estar todos sentados, había quedado un puesto vacío a la derecha del que había ocupado previamente, por lo que mudó su lugar a este de aquí. Segundos después, Dedos entró al salón, tan callado como siempre, se dirigió a su puesto, sin siquiera reparar que una persona desconocida estaba sentada a su lado. Se sentó, y dirigió su atención al salón.
– ¡Hola! ¿Cómo estás? – una vocecilla aguda lo llamó desde su derecha. Giró su cabeza para ver a una joven muy bajita en comparación a él, de cabello rubio y ojos azules, que con una sincera mirada, le ofrecía a estrechar la mano con paciencia.
Sin estrecharle la mano de vuelta, y con su gruesa voz, Dedos pronunció: “¿Nos conocemos?”
Con la mano aún extendida, y su sonrisa todavía viva, la chica nueva respondió: “Quizás tú a mí no, pero siento que yo a ti sí”.
martes, 23 de septiembre de 2008
Jump!
Un riachuelo pasaba cerca de donde se estaba asentando el grupo, por lo que muchos ya se habían puesto sus trajes de baño esperando a que los profesores autorizaran entrar al agua. Víctor, quien había propuesto acampar en un lugar donde solía ir con su familia, todavía no podía creer que su idea que en un primer lugar no fue bien aceptada, había terminado siendo precisamente la que se habría de ejecutar, pero en aquel momento se hallaba más interesado en encontrar a su mejor amiga, lleno de emoción por mostrarle algo.
– ¡Susana! –Finalmente la había divisado, cooperando en una de las tiendas. La chica respondió al llamado levantando la cabeza hacia donde creía localizarse la fuente del grito.
– ¡Víctor! ¡Hola! –Lo saludó ella con un jovial entusiasmo.
– ¡Ven conmigo, quiero mostrarte algo! – Dijo Víctor, tomándola de la muñeca y llevándosela con prisa.
– ¿Adónde me llevas? –Preguntó Susana.
– ¡Ya lo verás!
Corrían a la orilla del río, él guiándola emocionado, y ella sin saber adónde. El cielo estaba bellamente despejado ese día, y sólo podían apreciarse unas dos o tres nubes claras flotando libremente. El sonido del agua al correr por entre las lisas piedras se mezclaba con el silbar de las aves haciendo de la experiencia todo un arte natural.
– ¡Ay! –De repente chilló ella.
Se detuvieron. “¿Qué sucede?” preguntó Víctor.
– Me puyé… –se quejó Susana.
–De acuerdo, vamos por el agua, pero tenemos que ir más despacio, y tener cuidado con las piedras.
Siguieron caminando hasta que los árboles a los costados del riachuelo disminuyeron en número, haciendo que la zona fuese mucho más iluminada, y podía apreciarse el inicio de una cascada, que apuntaba a un plano muy verde y muy brillante con aguas destellantes de reflejos solares.
– ¡Es hermoso! –Exclamó la niña con una expresión de asombro.
–Sí que lo es –confirmó su amigo – pero además es muy divertido.
– ¿A qué te refieres? –Inquirió ella.
Víctor le echó una mirada pícara al principio de la cascada que alcanzaba a verse.
– ¡Por Dios! ¡No pensarás en…!
– ¡Justo en eso pienso! –La interrumpió él, tomándola de la mano esta vez, y saliendo del agua para empezar a correr por la grama con ella en dirección a la cascada.
– ¡Víctor! ¡No! ¡Le temo a las alturas! – Gritaba ella.
– ¡Son sólo ocho metros! ¿Qué mejor manera de vencer los miedos que enfrentándolos? Además, no los sentirás si dices la palabra mágica.
– ¿Qué palabra mágica?
– Empieza con J –dijo mientras se acercaban a la caída de agua.
– ¿Jerónimo? –Intentó adivinar ella.
Víctor sonrió mientras susurraba “no…”
A medida que corrían hacia el precipicio, el sonido del agua cayente golpeando contra el cuerpo de agua esperando abajo, se hacía más intenso y profundo, y al llegar al borde, Víctor se impulsó con fuerza para saltar junto con Susana mientras que lanzaba un “¡Jump!” en un grito que pretendía prolongar hasta hacer contacto con el agua abajo. Susana por su parte, lanzó el chillido más agudo y penetrante que de su garganta alguna vez salió.
martes, 16 de septiembre de 2008
Problema en Común
Caminaba por el lobby del tercer edificio, cuando vio un conglomerado de gente cerca del ascensor y una voz familiar que chillaba: “¡¿No funciona el ascensor?!? ¿Y ahora qué haré?”
Se acercó adonde la chica y dijo –Karina, ¿Deseas ayuda?
– ¡Sí Kevin, por favor! Necesito transportar estas cajas…– rogó ella.
–No te preocupes –Dijo el muchacho mientras recogía una caja del suelo –¿Adónde la llevo?
–Al sexto piso, por favor.
La expresión del rostro de Kevin se alteró en sorpresa. – ¿Seis Pisos? Entonces supongo que me merezco una recompensa por semejante esfuerzo, ¿no?
–Pídeme lo que quieras –ofreció la chica.
– ¡Salgamos a cine este sábado! -Exclamó él.
–Me parece bien –Concluyó ella con una sonrisa, y le dio un beso largo en la mejilla.
«Se habrá perdido» Pensaba mientras se arrepentía de haber aceptado el encontrarse en el cine cuando él le ofreció ir a recogerla a la casa el día de la salida, pero ella no quiso. «No lo creo, ella confirmó la dirección». Desanimado y con un sentimiento de abandono que desbordaba su alma, entró en la lluvia al volver a la acera para pedir un taxi de vuelta a su casa.
–Me quedé esperándote el sábado –le reclamó.
– ¡Por favor perdóname! –Pidió Karina mientras se llevaba las manos a la boca –Es que yo sí quería ir, y ya me estaba alistando… Pero una amiga me llamó a última hora para decirme que por el centro comercial cerca a su casa tenían unos descuentos que no quise desaprovechar…
– ¿Pudiste haberme llamado para cancelar? –Dijo él con ironía.
La chica bajó la mirada, y con una total vergüenza dijo: “Es que no me atreví…”
Él se pasó la mano por su cabello en un gesto de impaciencia –Sí, es que ése es el problema contigo. ¡Ése es el problema contigo! ¡Tú sólo piensas en ti misma!
Sin atreverse a mirarlo, los ojos de Karina se enjuagaron en lágrimas. Estaba apenada con Kevin, y sabía que tenía razón en lo que decía, él siempre la trataba tan bien, y sentía que no estaba siendo justa con un amigo que quería mucho.
El joven se despegó del casillero, giró un poco y se dejó caer sobre éste con la espalda completa, generando un fuerte sonido metálico, y apoyando la cabeza contra el mismo al tiempo que cerraba los ojos. Exhaló un suspiro y dijo:
–Y lo peor de todo es que no puedo siquiera culparte, pues sufro del mismo problema…
Karina levantó sus ojos llorosos hacia él queriendo encontrarse con los de él, mas sin atreverse a preguntarle lo que quería decir con ello.
–Ya que mi problema es precisamente…–continuó él sin abrir los ojos–…Que sólo pienso en ti también…
La joven sintió un brinco en el estómago, y empezó a experimentar un centenar de sensaciones y sentimientos, ante lo que lamentó que Kevin fuese tan alto como para robarle un beso ahí donde se encontraba.
Voces
"¿Me gusta su voz?" A lo que mi respuesta fue:
"Me gustan sus voces, pues sólo una no es"
Desde su voz Risa, que tanto añoro
Hasta su voz Tristeza, que a veces aminoro
Y su voz Dolor, con la que casi lloro
Su voz Juego, con la que adoro lidiar
Su voz Canto, para cuando me quiere arrullar
Su voz Miedo, que me preocupo por apaciguar
Su voz Llanto, que me parte el corazón
Su voz Queja, cuando encuentra una razón
Y una voz Grito, si lo amerita la situación
Su voz Enojo, cuando algo no sale bien
Su voz Regaño, cuando soy como un niño también
Pero su voz Materna, la usa y yo sé con quién
Su voz Ternura, siempre logrando hacerme sonreír,
Su voz Vergüenza, que la sonroja y me hace divertir
Y está también su voz Sueño, cuando tiene que dormir
Su voz Burla, a veces, cuando quiere molestar
Y su voz Susurro, que también es para jugar
En resumen gusto, de su voz, sus voces, su hablar.
miércoles, 9 de julio de 2008
Estudiando con Henry
Lentamente, me fui distrayendo sobre las hojas en las cuales había trabajado hasta entonces, y empecé a garabatear algunos dibujitos sin sentido, y también escribí el nombre de Jennifer unas cuantas veces, con unos corazoncitos al lado. Sin darme cuenta, me fui abstrayendo mientras divagaba en mis pensamientos y veía su cara no presente. En mi cabeza, volvían fragmentos de conversaciones que habíamos tenido; su voz tan clara cual si me hablara en persona. Y recordaba momentos que habíamos vivido. De repente me encontré sonriéndole al papel.
Escuché lo que a mi primer parecer, fue un suspiro nasal. Mi reacción fue voltear a ver a Henry, y lo vi sonriendo.
– ¿De qué te ríes? – Le pregunté al tiempo que mis labios se contagiaban de su sonrisa.
–Llegué al resultado –me miró sonriendo. Entendí entonces que el sonido que escuché no había sido un suspiro: había sido una sonrisa de victoria.
Sentí felicidad al saber que tengo un amigo tan inteligente como él. Realmente, me sentí orgullosa de ello.
jueves, 21 de febrero de 2008
Noche Estrellada
Esa noche se paseaban por la playa
Se tomaban de la mano, y caminaban el uno junto al otro
Elena entonces notó, unos destellos que llamaron su atención
Observó deslumbrada, y señalando hacia arriba preguntó:
Qué es eso? - Diego levantó su mirada, y con calma respondió:
Una lluvia de estrellas, amor, empieza a pedir deseos - y le sonrió
Estrellas fugaces, dices? - Inquirió ella
Sí - contestó éste - podría decirse que sí
Ella cerró los ojos y él la abrazó enseguida
Así demoraron unos instantes, unos bellos instantes
Se separaron, y se miraron mutuamente
Finalmente, Elena le pregunta: Cuántos deseos pediste?
El joven la ve con unos ojos románticos y llenos de sinceridad y dijo:
La verdad, es que, sólo tengo un deseo... Pero no hizo falta pedirlo
Imagino que tendrás un buen motivo? - Preguntó ella, con una sonrisa
Zaino sería a mi deseo-dijo Diego-sólo diré que ya se está cumpliendo
lunes, 28 de enero de 2008
Things that make you tremble
Feelings that make you tremble,
Just like happiness, nostalgia and excitement do
Phrases that make you tremble,
Such as I forgive you, I miss you, I love you
Images that make you tremble,
Like the sight of pretty eyes, lips or smiles
Places that make you tremble,
Such as grassy hills, or sunny beaches on little isles
Sensations that make you tremble,
Like feeling the hand of the person you love on your skin
Memories that make you tremble,
As those when a special someone played with your chin
Tastes that make you tremble,
Similar to the sweet of honey, and the sour of lemon
People that make you tremble,
For instance, family, friends… and that one person
jueves, 24 de enero de 2008
Pequeño Mensaje de Amor
"Léelo por favor, espero que te guste" Dijo Jimena con una voz que denotaba una sonrisa. "Lo hice yo misma."
El joven colocó la yema de sus dedos sobre los orificios, y desplazaba su mano sobre éstos mientras leía el braile. Decía en voz alta lo que sus dedos le informaban: "A veces quisiera que fueras capaz de poder ver, para que notaras cómo el sólo verte me hace sonreir. Quisiera que pudieras verme, saber lo bonita que me pongo para ti" Sus ojos se empañaron de lágrimas. Y levantó su mirada, directo a los ojos de ella. No los veía pero sabía que estaban ahí, y sabía que esos dulces ojos le devolvían la mirada, acompañados por una tierna sonrisa, que él podía ver con el corazón. Se dejó llevar por un impulso y corrió hacia ella, ella no vaciló y se lanzó a abrazarlo. Juntos, sus ojos se aguaron y rompieron en lágrimas de felicidad.
martes, 25 de diciembre de 2007
Mi Hojita Amarilla
Hoy encontré una hojita amarilla que voló cerca mío
Por algún motivo me pareció elegante y bonita
La pobre había sido atrapada por una corriente de aire,
se me alejaba y se acercaba, con fluidez en el vacío
mientras giraba, flotaba, rotaba y brincaba en el viento
Parecía como si se estuviera divirtiendo mientras me miraba
Yo quieto permanecí deslumbrado por sus destellos flamantes
y levanto mi mano con delicadeza sin quererla ahuyentar
La hojita, gira alrededor de mi brazo, como si tuviera ojos,
Permanece cerca, pero no me permite siquiera poder tocarla…
La hojita bamboleó, se estremeció y zigzagueó en el viento
como si quisiera resistirse, pero ya no se movía a voluntad
Un remolino se formó, la sacó, la alejó, y la perdí para siempre
viernes, 27 de julio de 2007
¿Y Por Qué No Reírnos Un Poco?
Raúl se dirigió hacia el auto blanco de vidrios oscuros que esperaba al final de la escalera. Abrió la puerta y entró dejando salir un gran suspiro y apoyando con ojos cerrados, la cabeza sobre la cabecera del asiento.
– ¡No me dijiste que tal diligencia podría complicarse tanto!– habló con una burlona sonrisa y sin abrir sus ojos.
Tras unos dos o tres segundos recibió una respuesta: “¿De qué diligencia misteriosa me hablas, guapo?”
En un gesto violento, la sonrisa de Raúl desapareció y sus ojos se abrieron bastante, su cabeza de despegó del asiento y su boca: abierta, cual si se acabara de despertar de un mal sueño y estuviese ahogándose. Inmediatamente giró la mirada con brusquedad hacia el origen de la voz femenina. Una bellísima rubia se encontraba al volante.
–T-tú… n-no eres… ¡A-A-Alfredo! –balbuceó.
La rubia pronunció una expresiva sonrisa.
– ¡Vaya! Y aparte de ser adivino, ¿Qué otro truco te sabes? –le dijo con ironía, y a punto de explotar en risas.
–Q-qué, qué pena, –balbuceó una disculpa –n-no fue m-mí inten…
Sin pensarlo dos veces, y sin mencionar más abrió la puerta del carro y salió presuroso. Cuando se levantó casi choca con una chica de menor apariencia, tanto de edad como de porte. Al darse cuenta que lo que hacía era obstruirle el paso, se disculpó una vez más: “Perd-dóname, no quise molestar a t-tu, tu, tu, a-amiga.”
–A mi novia –lo corrigió la joven con una mirada asesina que lo hizo entrar en pánico.
–A-ah, s-sí, claro, desde luego, t-u, tu, tu novia –tragó saliva –no es que… sino que… es decir… ¡chao!
Mientras el muchacho se retiraba casi corriendo, la chica entraba al carro del que éste había salido, con una sonrisa que disimulaba mordiéndose los labios.
– ¡Pobrecito! –Exclamó resistiendo para no reír –¿Qué le hiciste para que saliera tan asustado?
– ¿Yo? –Reclamó la rubia –más bien, ¿Qué le dijiste tú, para que saliera corriendo?
La chica dejó de resistir y soltó una carcajada, y al momento de hablar, la risa le interrumpía algunas veces: “Resulta que… se disculpó conmigo por… molestar a mi… amiga…y yo le corregí con mirada seria y le dije que eras… mi novia… y el pobrecito se sintió incómodo… hasta rojo quedó…”
–Ay niña, qué pecadito –y tras haber dicho esto, rió un poco antes de agregar –y usted, señorita, se ha vuelto mentirosita, ¿Ah? Va a tocar tener cuidado con usted de aquí en adelante.
Las dos rieron.
***
Raúl se dirigió hacia el auto blanco de vidrios oscuros que esperaba al lado de la acera. Abrió la puerta y entró dejando salir un gran suspiro y apoyando con ojos cerrados, la cabeza sobre la cabecera del asiento. Tras unos segundos comenzó a reír. Abrió sus ojos, y miró hacia el asiento del conductor. Alfredo lo observaba con mirada extraña.
– ¿Qué te ha sucedido? Estás rojo como un tomate.
– ¡Ayy, quién lo hubiera dicho! Al popular y espontáneo Raúl, se le ha enredado la lengua en frente de un par de bellezas.
– Su amigo no entendió de lo que hablaba, así que se limitó a poner el carro en marcha mientras negaba con la cabeza.
sábado, 14 de julio de 2007
Observador Silencioso
Podría describirla toda y nunca me cansaría
Podría inclusive dibujarla con mis ojos cerrados
Y es que la conozco tanto, con total garantía
Desde sus días alegres hasta sus más pesados
La admiro completamente, de eso no hay duda
Por la cual la veo, la observo día tras día
En mis días malos, sólo pensarla me ayuda
Ella es la pura ánima, de la vida mía
Me vuelve loco hasta decir no más
Lo único que me preocupa es su felicidad
Si por mi fuere, no sufriría jamás
Ya que para mí, ella es toda una deidad
Sus ojos dulces que apaciguan mi alma
Su respiración ligera que me trae calma
Su manía de acomodar, con dos dedos su cabello
Un gesto glamoroso, digno de un ser tan bello
El timbre de su voz al decir gracias y por favor
Y su tierna mirada: Un conjunto matador
La curva pronunciada por sus brazos al caminar
Una parábola perfecta que por ley he de mirar
Podría seguir detallándola; aún dura mi obsesión
Pero de allí a que ella me quiera, no es mi decisión
No soy capaz de hablarle, lo que por escrito sentencio
Sólo me queda admirarla, y observarla en silencio
viernes, 8 de junio de 2007
Frustración
Sus lindos ojos miraban directamente a los míos. Estaba tan enfocada, que hasta parecía un poco bizca, pero precisamente ese gesto, le daba algo de encanto, y me dejaba atontado. Se humedeció los labios con la lengua, como si estuviese imaginándose un delicioso manjar, y después los apretó, justo como hacen todas ellas después de aplicarse labial. Mi emoción ascendía a una taza increíble, y mi corazón escalaba por mi esófago hasta hacerse sentir en mi garganta. Entonces comenzó a suceder lo que ya ambos sabíamos que pasaría. Nos fuimos acercando lentamente, los dos, bizcos con respecto al otro. Ella colocó su mano en el lado izquierdo de mi cuello, y yo la mía en el suyo. Cerramos los ojos, y nos seguíamos aproximando. Nuestras bocas entreabiertas y nuestros labios finalmente se tocaron. Pero justo cuando el beso iba a intensificarse, algo no previsto por mí sucedió: Perdí la sensibilidad. Dejé de sentir su mano en mi cuello, dejé de sentir su cuello en mi mano; ya no sentía su cálido aliento, ni la suavidad de sus labios. Ni siquiera llegué a sentir el cariño de su lengua. Abro los ojos, y siento que la pierdo, los sonidos se apagan, y las luces se callan. Todo se opaca. La voy perdiendo de vista, y de repente todo se hace negro.
Desperté agitado y de un impulso quedé sentado sobre mi cama. Golpeé el colchón con la mano abierto mientras maldecía “¡Malditas hormonas! Me están matando. Ni en los sueños me dejan en paz.” Respiré profundo. Subí una rodilla sobre la cual apoyé mi brazo, que al mismo tiempo sirvió de soporte para mi cabeza.
«Hugo, de seguro eres la única persona que con dieciocho años, todavía no sabe lo que es un beso» Me dije con lástima hacia mí mismo.
Después de uno segundos, bajé los pies de la cama. «Pero no te impacientes, de seguro que cuando llegue tu hora, será algo especial, y sabrás que la espera ha valido la pena» terminé pensando. Entonces me levanté, y me dirigí al baño. Entonces lo quería hacer, era tomar una buena ducha de agua fría.
domingo, 3 de junio de 2007
El Dolor de Olvidarte
No sé exactamente qué fue lo que sucedió
Si fue que no te amé lo suficiente, o si fue que te amé demasiado
Lo cierto es que entre nosotros, algo muy lindo existió
Y por desgracia ese algo, va quedando en el pasado
No sé tampoco si fue todo repentina, o gradualmente
Un día no nos hablamos, al día siguiente no nos extrañamos
Supongo que lo sabía, desde adentro, nuestro inconsciente
Que desde un tiempo para acá, ya no nos amamos
Y sin embargo, querría saber yo, mujer
El motivo verdadero de nuestra separación
Si fue que se interpuso entre nosotros un tercer
O simplemente no fue fuerte, nuestra relación
Si fui yo el culpable, házmelo saber
Enséñame mi error, para saber corregirlo
Pues en un futuro, otro corazón me ha de querer
Y sinceramente, no es mi intención herirlo
O si fue tuya, la causa, te pido lo confieses
Para dejar de culparme por ignorar mi pecado
Si es que decirme “Te Amo” mil veces
No tuvieron más valor que un cualquier recado
Pero en todo caso, aquí me hallo, intentado olvidarte
Con lágrimas en los ojos, y un vacío en el corazón
Intentando convencerme de que no debo amarte
Y resignándome al adiós, del cual desconozco razón
Momento Cargado de Emoción
Sentía ganas de romper algo, pero por algún motivo, mi yo impulsivo no salía. Pero realmente quería explotar, sentía que me ahogaría si no lo hacía. Pasé cerca de una pared, y no resistí golpearla con un puño. Inmediatamente el dolor cubrió los nervios de mis manos y sentí un calor intenso en los nudillos. Me acomodé para quedar de frente a la pared. Golpeé con la mano izquierda. El dolor hizo que mi brazo cayera, y me hizo dudar antes de proseguir golpeando. Sin embargo, lancé un tercer puñetazo al muro. A partir de entonces, fueron golpes tras golpes, continuamente contra la pared. Grité y las lágrimas comenzaron a salir sin poder yo evitarlo. Sabía que la gente me miraba, pero en absoluto me importaba. Seguía arrojando golpe tras golpe, y notando, con la visión aguada, manchas de sangre creciendo en número y tamaño sobre donde mis manos terminaban. Se sentía bien, muy bien. Ya ni siquiera sentía las manos, pero sabía que si me detenía, el dolor sería insoportable, y entonces me arrepentiría.
– ¡Javi! ¡Javi! –escuché detrás de mí.
Unos brazos me abrazaron desde atrás, pero no intentaron detenerme físicamente. Es como si supieran que de así hacerlo, yo opondría resistencia. Este abrazo causó que mis puños redujeran gradualmente su velocidad, hasta que finalmente cayeron inanimados a mis costados. En ese momento mi llanto se hizo más evidente.
–Calma, Javi; por favor calma.
Los brazos que me rodeaban me soltaron, y las manos correspondientes a los mismos me tomaron delicadamente por los hombros, y me fueron girando hasta quedar de espaldas a la pared. Brazos sabios: sabían que entre más fuerza ejercieran, menos conseguirían moverme. Entonces pude verla. Alejandra me abrazó de frente, y ahí fue cuando rompí en llanto sobre su hombro.
–Ya, ya. Tranquilízate ya –me decía al tiempo que acariciaba mi cabello.
Poco a poco, mi llanto fue aminorando hasta convertirse en no más que un sollozo. Su abrazo me llenaba de paz.
Se separó un poco de mí, y me miró directo a los ojos: “Sabes que puedes contar conmigo” me pellizcó un cachete con un gesto amistoso.
Di unos pasos hacia atrás, apoyé la cabeza y espalda sobre la pared y me dejé caer, deslizándome por ésta hasta quedar sentado en el piso, brazos sobre las rodillas. Ella se me acercó, se agachó y sentó a mi lado.
–Ale… ¿Dios existe? –le pregunté.
– Para ti, ¿Cuál es la respuesta a esa pregunta? –Respondió con una buena pregunta.
– Pero si existe, ¿Entonces por qué permite que suceda esto?
–Javi, ya ha pasado un mes desde el accidente, y sé que extrañas mucho a tus padres, y sé que duele también, pero… Escucha, no puedes encerrarte en tu dolor, no te hace bien –me dijo. –Ya pasará –agregó.
–La ausencia de ellos nunca pasará –repliqué con apatía.
–De hecho, la ausencia de ellos nunca ha sucedido, porque ellos –colocó su mano en mi corazón –están, siempre han estado, y siempre estarán aquí, contigo.
Hubo un momento sin palabras en el que mi llanto se hizo fuerte.
–Ale, ¿Puedo abrazarte? –pedí con los ojos hinchados.
–Claro. Sabes que puedes contar conmigo siempre. Y no sólo conmigo, sino con todos tus amigos, que estaremos siempre dispuestos a ayudarte.
–Sentí un infernal dolor en los nudillos. Con la boca apoyada sobre su hombro pronunció la apenas entendible oración: “Me duelen las manos”.
Alejandra lanzó un ligero “Je” y dijo: “La próxima vez, te recomiendo mejor desahogarte con una almohada”
Reí lloroso.
sábado, 26 de mayo de 2007
El Valor de la Amistad
Sofía se encontraba acostada en su cama, su mirada perdida en el televisor, con sus párpados casi totalmente cerrados. Su celular sonó. Se le espantó el sueño, y se apresuró a contestarlo.
–Hola mi amor, ¿Cómo estás? –dijo la voz de un hombre.
–Hola, nene, ¿Qué más?
–Mi vida, ¿Sí supiste que el cover de Parteeh tiene una rebaja del 20% hoy? El valor normal es consumible, pero sólo pagas el 80%.
–Ay, Simón, yo no me encuentro muy bien hoy. Tengo dolor de cabeza, amor –dijo con voz apagada.
–Vamos, nena. Allá te distraes, y con seguridad te diviertes –insistió él.
–No, Simón. De verdad que me siento malita –rogó.
–Perfecto –su tono brusco – ¡No vayas entonces! –colgó.
Sofí colocó el celular en frente de sus ojos, y se lo quedó viendo un momento. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se dio la vuelta en su cama, quedando bocabajo, y hundió su cara en la almohada.
Unos minutos después, sonó el timbre. Pero no sería ella quien abriera. Escuchó la voz de su madre: “Ah, sigue, Paloma. Se encuentra allá en su cuarto.”
Cuando Paloma entró al cuarto, se asombró con la imagen que percibió. Sofía estaba sentada en su cama, abrazando sus piernas. Sobre sus rodillas, una almohada, y sobre la misma, su cara llorosa.
– ¡Amiga! –Exclamó con voz alterada – ¿Qué sucede?
Sofía sollozó y Paloma se apresuró a sentarse a su lado. Le sobó la espalda con dulzura, y le dijo: “Cuéntame qué ha sucedido.”
–Es que soy una mala novia –su voz quebrada –Simón me acabó de colgar el teléfono. Debe estar furioso conmigo.
–No, no digas eso. ¿Cómo sucedió?
–Me llamó para invitarme a Parteeh y le hice un desplante por un estúpido dolor de cabeza.
–Ay no seas tonta –replicó Paloma. No le hagas caso a eso. No todo es fiesta en esta vida, al contrario, él debió haber sido más comprensivo contigo, y no forzarte a ir. Yo venía a invitarte al mismo lugar, pero si tienes dolor de cabeza, creo que mejor me quedo a acompañarte. –Le comentó con un tono que crecía anímicamente.
–No. Paloma. –Sofía se secó las lágrimas. –Quiero ir. Siento que le debo una disculpa.
Paloma rió. –No le debes nada. Pero bueno, Sofi, vamos a buscarte algo para que te pongas.
Paloma ayudó a su amiga a arreglarse, y cuando estuvieron listas, se dirigieron al sitio estipulado.
Llegaron a la discoteca, y una vez dentro, se encontraron con el grupo de Paloma.
– ¡Eh, Palomita, trajiste a Sofi! –comentaron algunos.
– Si, pero la verdad es que Sofi tiene un asunto que arreglar. –Se dirigió hacia Enrique, que conocía a Simón y a sus amigos. – ¿Quique, has visto al grupo de Simón?
–Creo que los vi dirigirse al segundo piso –mencionó éste.
–Bueno, entonces creo que mejor voy yendo –anunció Sofía.
–Cuídate, amiga. Ya sabes, cualquier cosa, estaremos aquí, ¿de acuerdo? –Se despidió Paloma.
–De acuerdo. –Partió.
Sofía subió por las amplias escaleras de madera que conducían al segundo piso. Arriba, la multitud de gente no permitía que la visibilidad fuera precisa. Entonces lo vio, sentado y riendo con las personas a su alrededor. Caminó unos pasos hacia él, pero cuando una de las personas que bloqueaban la vista se movió, Sofía observó una imagen que la hizo detenerse en seco. Sobre las piernas de Simón, se encontraba una chica que estaba acariciándole el cabello. Éste a su vez, la abrazaba con un brazo, y entonces se besaron apasionadamente. Sofía sintió que le faltaba el aire. Su corazón le dolía como si se opusiera a latir. Sentía su alma resquebrajándose en pedazos. La escena no fue visible por mucho tiempo, pues las gruesas lágrimas que aparecieron en sus ojos, tornaron la imagen borrosa.
Salió corriendo en dirección opuesta, tropezando así, con muchas personas en la vía. Descendió las escaleras, y se dirigió llorando al baño de las damas. Desde la pista de baile, Paloma se dio cuenta de su descenso, y se excusó con Enrique: “Discúlpame, Quique, ahora seguimos bailando, ¿sí? Ya vuelvo.” Y fue hacia donde se encontraba su amiga. Entró al baño y la encontró hecha un mar de lágrimas. Sin preguntas ni comentarios, se dirigió hasta Sofía y le dio un abrazo.
–Estaba con otra –sollozó con amargura sobre el hombro de Paloma –lo vi con otra y se besaron.
–Es un imbécil, olvídate de él –le aconsejaba su amiga.
–No, amiga, me quiero morir, me quiero morir –chillaba.
–No, Sofi. No digas eso ni en broma.
Sofía miró a Paloma. El blanco de sus ojos se había tornado de un perla brillante por causa de las lágrimas, y se veían más redondos que nunca – ¿Qué hago, Paloma?
Entonces Paloma pronunció una ligera sonrisa. “Por lo pronto, sacarte a ese estúpido de la cabeza y venir con nosotros a disfrutar de la música y el baile” le dijo.
Sofía bajó un poco la mirada algo desmotivada.
–Vamos amiga, no te pongas así –le pidió Paloma –por favor, sabes que los hombres son unos idiotas.
Silencio.
–De acuerdo, te propongo algo –sugirió Paloma –Acompáñame y disfrutemos de la rumba. No te preocupes por hombres por ahora, pues, te propongo que: Si de aquí a un año, no encontramos un hombre que valga la pena, nos volvemos lesbianas, ¿vale?
Sofía no pudo evitar escapar una risita tras escuchar aquella frase. Río por lo bajo y levantó la mirada hasta Paloma.
–Es más, –continuó ésta, y ahora con una gran sonrisa en su cara, como si fuera a contar un buen chiste –desde ese mismo momento seremos pareja.
La risita de Sofía se volvió carcajada, y después su nariz sonó congestionada. Se secó las lágrimas y se lanzó a abrazar a Paloma. “Gracias amiga. Te quiero mucho.”
viernes, 20 de abril de 2007
Largas Milésimas de Segundo
–Verónica, mi amor –me urgió.
–Papá, ve bajando. Yo te alcanzo.
–De acuerdo –se retiró.
«Qué estrés» pensé mientras corría a cepillarme los dientes. Cuando terminé me dirigí a zancadas al ascensor. Éste demora horas para llegar cuando tienes afán, ¿No lo han notado?
Llegué al sótano, donde mi padre me esperaba dentro del carro. Tenía dolor de cabeza, y quería recostarme un poco, así que me subí en la parte de atrás. Incliné la cabeza hacia atrás y la apoyé en el asiento. Cerré los ojos. Sentí cómo el auto ascendía por la rampa y cómo el sol atravesaba mis párpados, mientras salíamos del parqueadero.
Un frenazo me hizo abrir los ojos. Un joven que caminaba por la acera se había atravesado en el camino. Caminaba sin afán, con las manos en los bolsillos.
–Daniel –susurré.
Seguía su rumbo inalterado, y por una milésima de segundo, su mirada se dirigió desligadamente hacia el carro, y volvió a enfocarse en su recorrido. De repente, se detuvo en medio de su caminar, cayendo en cuenta de su visión, y volvió su vista hacia mí, a través del vidrio.
«Me reconoció» me dije a mí misma con algo de alegría. La verdad es que sólo tenemos una materia en común este semestre, y nunca hemos entablado una conversación prolongada, pero por algún extraño motivo, siempre me ha agradado su presencia.
Sacó una mano del bolsillo y la levantó en señal de saludo, al tiempo que sonreía.
Le levanté una mano y le sonreí de vuelta. El tiempo pareció detenerse. Probablemente no pasaron más de unos pocos segundos, pero él pareció congelarse en su amistosa posición.
Mi papá pitó. Daniel parpadeó y dirigió su mirada hacia él. Inexpresivo. Sin alterarse, devolvió su mano al bolsillo, y salió del camino. Giró para ver al auto mientras arrancaba y se alejaba por la calle. Miré hacia atrás viéndolo quedar lejos, y volví a acomodarme sonriendo. El dolor de cabeza había desaparecido.
domingo, 15 de abril de 2007
Amor de Hermanos
Andrea se acercó a la silla donde se encontraba Felipe, en frente de la pantalla. Desde atrás, agarró sus hombros con cariño, acercó su boca a la oreja del muchacho y susurró: “¿Pipe, me prestas el computador?”
–No, Andre, estoy hablando con Jessica.
–Ay ve. Por favor, déjame ver si Juanse está conectado –rogó ella.
–No, –insistió Felipe, adquiriendo un tono más cortante –nena, ahora no.
–De acuerdo –se resignó –Cuando me pidas algún favor, ¡Te lo aceptaré con gusto! – dijo irónicamente.
Felipe hizo una mueca. Andrea se retiró enfadada.
***
Andrea se encontraba viendo televisión en la sala. Acostada sobre el sofá y con el control remoto en la mano. Felipe llegó y apoyó su hombro contra la pared. Cruzó el pie derecho sobre el pie de apoyo, y se quedó observándola un momento.
– ¿Qué? –dijo Andrea con brusquedad.
–Puedes usar el computador, si lo deseas –con el pulgar, señaló hacia atrás.
– ¡Ay, tan lindo tú! Siempre pensando en cómo complacerme. –Felipe no identificó la ironía, y le sonrió de vuelta – ¡Pues no! –Gritó.
– ¿Qué sucede? –Se extrañó Felipe –creí que querías usarlo.
–Claro, ¡hace dos horas! Dudo que Juanse siga conectado. Pero no, ahora tú quieres ver tu programa, pero te va a tocar volver al computador que no me prestaste, porque ahora yo me quiero ver mi novela. –Andrea exhaló la última oración muy rápidamente.
Y así siguieron. Por el resto del día, cada vez que se cruzaban, se lanzaban miradas asesinas, y se hablaban en tonos bruscos. No eran raras las disputas en la casa de los Villanueva. Muchas veces, sus conflictos iniciaban por pequeñeces, pero eran prolongados exagerando los motivos de la discordia. Inclusive a veces, seguían discutiendo aún después de haberse olvidado el motivo por el cuál habían iniciado.
Las discordias los colocaban siempre de mal humor, y eso se veía reflejado en su comportamiento con sus compañeros de colegio, con quienes terminaban irritándose con facilidad.
Una vez, Roger, el mejor amigo de Felipe, le habló sobre el tema:
– ¿Hoy también discutieron?
–Es que me da rabia lo irritante que puede llegar a ser sólo por mortificarme –replicó Felipe.
Roger sacó un encendedor. Estaba prohibido llevarlos al colegio. Pero pirómano que se respete, ha de irrespetar esa regla.
–Es curioso que si –lo encendió y mantuvo así mientras hablaba –le arrojas cosas al fuego, queriendo apagarlo, es posible que no logres tu objetivo, y que antes, por el contrario, lo avives más –prendió unas ramitas, y les arrojó pequeñas cantidades de arena, piedras, y hojas de árbol. –Por otra parte, si le quitas su fuente de vida, el oxígeno, con certeza lo extinguirás –guardó el encendedor en su bolsillo y juntó sus manos de manera que no quedara ninguna abertura en forma de plato hondo al revés. Las llevó hacia el pequeño incendio y lo apagó.
Felipe observaba con atención.
–Lo mismo sucede con los conflictos –continuó –si les lanzas odio, gritos, insultos, y demás, no garantizarás su fin. Por otra parte, si se los quitas, con certeza, lograrás terminarlos.
***
Esa tarde, un nuevo conflicto había empezado. Felipe se dejó llevar por la rabia y recurrió a los gritos e insultos. De repente, se acordó de las palabras de Roger, e interrumpió los gritos de Andrea.
– ¿Por qué discutimos siempre?
–Porque a veces eres un idiota y…
–Andrea, –Felipe la interrumpió de nuevo –yo sé lo que sucede aquí. Lo que pasa, es que tú me tienes celos, ¡Porque yo tengo una hermana divina y tú no!
– ¡¿Que te tengo ce…?! –Andrea se detuvo a mitad de la frase. –¿Qué dijiste?
–Que soy afortunado de tener semejante hermana, pero tú no contaste con la misma suerte –respondió hablando con lentitud.
Los ojos de Andrea se llenaron de lágrimas y corrió a abrazarlo. Una vez apoyada en su hombro, y con los ojos mojados, sonrió y dijo –Idiota. En verdad soy yo la afortunada, y tú el celoso.
jueves, 12 de abril de 2007
Correr
Y entonces sucedió. Debo admitir que no era exactamente lo que esperaba, pero no me sorprendí pues segundos antes, dio indicios de comenzar a hacerlo. No sé si fui el único, pero lo vi todo, porque desde el primer momento me llamó la atención, y eso es mucho decir, pues soy de aquéllos que pasan por el mundo, sin alterarlo, sin alterarse con éste, y sin importarme lo que lo altere, y curiosamente, esta vez, me llamó la atención algo tan banal, tan poca cosa, tan insignificante… Fue así que lo vi desde que empezó a correr. No tenía nada de raro, un joven corriendo; pero por algún motivo, me quedé viendo cómo corría, como si esperara que algo importante sucediese. Supongo que “importante” es la palabra menos apropiada para describir lo que sucedió, y aún así – sólo por verlo correr, nacieron dentro de mí una serie de sentimientos. Sentí primero, un poco de pena por sus zapatos, pues la velocidad que llevaba iba a terminar destruyéndolos; por sus pies también, ya que con el esfuerzo los iba a maltratar; sentí rechazo para con él, porque me pareció una idiotez lo que estaba haciendo: correr sin motivos; sentí vergüenza ajena, pues se veía más niño de lo que físicamente aparentaba; sentí alivio, de ser él quien corria y no yo, que odio correr; pero lo que más me sorprendió, fue aquel sentimiento que rara vez sentí, ese sentimiento que me atormenta, y que no concuerda com mi forma de ser (alguien tan desentendido de todo), ese último sentimiento que tuve, fue… envidia… sentí envidia, pues, apesar de lo ridículo que se veía, a pesar de lo lastimados que terminarían sus pies y zapatos, a pesar de la estúpida posición inclinada que llevaba, a pesar de lo infantil que parecía, a pesar de cualquier cosa que yo encontrara digna de crítica… él era feliz. Y sonreía sin miedo, parecía no tener problemas, parecía no pensar, él sólo corría, corría y sonreía, y era evidente que lo estaba disfrutando: del viento golpeando su cara, del sonido rítmico de sus pies al hacer contacto con el piso, de su ropa intentando alcanzarlo, de ser el más rápido entre todos los presentes, de su cabello siendo despeinado… de la libertad.. entonces lo odié, por ser tan descomplicado y al mismo tiempo elegante. Lo odié, por ser feliz.
Transferencia del Miedo
–Calma amiga– Clara la intentaba calmar.
Angélica se apoyó temblorosa sobre el brazo de su amiga y hundió su cara en la suavidad de su suéter.
–Disculpa– una mano le tocó su hombro con delicadeza. Angélica levantó su cara con curiosidad, y miró hacia el asiento al otro lado del pasillo. La mirada del joven le causó una especie de confianza que no supo explicar. – ¿Me permites ayudarte? –continuó éste.
Temblorosa, se secó la humedad de los ojos para poder visualizarlo mejor. Lo miraba confusa.
– ¿Sabías que el miedo es transferible?
– No, no lo sabía– sintió curiosidad.
Se sobresaltó cuando su mano se llenó repentinamente de tibieza cuando la mano del joven se aferró a la suya.
–Anímate– le sonrió. –Piensa en mandármelo.
Angélica respiró profundo. –¿Mandártelo?
–Sí– afirmó éste. –Que el miedo se vaya de ti, y me llegue a mí.
«Esto es una locura» pensó. Cerró sus ojos, y se concentró en intentar mandarle el miedo al joven a su derecha. Clara observaba atónita.
Sorprendentemente, gradualmente dejó de temblar, y su respiración volvió a la normalidad. Contrariamente, la respiración del joven se hacía cada vez más honda y acelerada. Angélica no pudo creer cuando abrió los ojos y lo vio, sentado en su puesto, con cara de susto, y apretándole su mano con fuerza. El joven la soltó para aferrarse con firmeza a los brazos de su asiento. Sus nudillos se pusieron pálidos. Angélica se llevó las manos a la boca y miró a Clara, quien se veía tan pasmada como ella. A medida que el avión aceleraba, el bamboleo se hacía más fuerte, y con éste, la ansiedad del muchacho. En medio de la angustia y la preocupación, Angélica le extendió la mano, y le agarró el brazo. Lo acariciaba y le hablaba bajito para intentar calmarlo.
–Calma, calma… todo estará bien… todo estará bien…–le decía.
El avión despegó, y después de unos instantes, se escuchó la vocecilla aquella que informaba que las luces de cinturones de seguridad habían sido apagadas. La respiración del joven se reestableció súbitamente. Este cerró los ojos, y suspiró hondo.
Angélica se llevó las manos a la boca, pendiente de sus acciones. El joven abrió los ojos y su mirada denotaba victoria. La miró a los ojos con seguridad y le sonrió mientras decía: “Lo logré.”
–¿Lograste qué? – inquirió intrigada.
–Hacerte olvidar de tu miedo. –confirmó él.
–Es decir que…
–Sí –la interrumpió– estuve actuando. Lo de la transferencia del miedo, no sé si existe siquiera, pero parece que funcionó, ¿no crees? Tal vez… –hizo un silencio de pocos segundos– sea cierto eso de que todo está aquí– se llevó un dedo a la sien y la golpeó dos veces con éste.
Angélica rió nerviosa. Después sonrió. –Te lo agradezco.
–No hay problema, para servirte. – Le extendió la mano. –Me llamo Miguel.
Tardó unos segundos en volver a la realidad. Respingó y se apresuró a extenderle la mano de vuelta. –Angélica.
–Es un placer, Angélica. –una vez más, le sonrió.